lunes, 7 de septiembre de 2015

MIGUEL ÁNXO FERNÁN-VELLO

  


Beso nocturno



Conozco de la mujer el beso nocturno, espiral
y térreo.
                Velocísimo labio
musculado
requema en un abismo de
húmeda luz que adentra.
Oleosa dulzura templando
la sangre más profunda, más láctea
color-de-rosa,
maculada y pura,
acrecentada.
                  El beso bien nocturno
tiene perfil de serpiente
en ávida lengua,
fluyente y diluida
de simientes lunares,
esencias agridulces
o saladas e hirvientes en el abismo
conocido, en la morada
hendida que evapora un incendio
en las bocas
deslizadas al centro,
masa líquida
recurvada y ansiosa,
destilación convulsa
de inmodulada muerte en eco cenagoso,
cenizas de agua seca
en furias ondulantes,
entretejidas llamas de un gemido
quebrado, dulces ondulaciones
de un estertor de gloria,
animales tan sumergidos
enrojecen en la entraña del
placer dislocado,
instantánea grandeza
del fin en lento fulgor
de bocas fascinadas.
              El beso
muerde arcilla espumosa y profunda
de suave quemadura
y florece encarnado
fermentando un ardor pensativo y constante
en los labios calcinados.
                                                  Conozco
el beso nocturno de la mujer silenciosa,
conozco los besos oscuros
hasta inflamar las bocas de una pureza extraña,
la delicada muerte de los alientos sin sabia,
sin aurora carnal, lengua de húmedo fuego,
húmeda ceniza pura, húmeda muerte
lenta
hasta la tierra sin mácula,
conozco de la mujer su beso más nocturno
hasta perder los labios consumidos de sueño
sin final ni comienzo.

De: Memorial de brancura, 1985

 


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