Llegaba vencedor pero enojado…
I
Llegaba
vencedor pero enojado
de
España por la terca rebeldía
Somosierra
a su espalda se veía
y
ante él Madrid, en pleno sol, dorado.
Su
anteojo militar quedó enfocado
sobre
Madrid. Miró, se sonreía
y
un lejano rodar de artillería
sonaba
como un trueno prolongado.
Le
rodeaban aquellos oficiales
que
su capricho hiciera mariscales.
El
sol iluminaba el campamento.
Montó
premioso en su corcel de guerra
y
un «hurra» largo resonó en la Sierra
cárdena
en el azul del firmamento.
II
Frío
el mirar, la voluntad ardiente
bebía
el aire en ráfagas de gloria,
que
volvía radiante a su memoria
fundida
con el sol de occidente.
Cual
si tuviera al enemigo enfrente
raudo
lanzose en pos de la victoria
que
marcando otra época en la historia
rendiría
a sus pies el continente.
El
tricornio en la testa parecía
un
ave negra, que a clavar venía
su
garra del caudillo en las entrañas.
Y
el gris capote en la veloz carrera
semejaba
un pedazo de bandera
perdido
en las ibéricas montañas.
III
Y
dicen, que la noche era venida
cuando
el César insomne en su cuidado
quiso
ver el Alcázar enclavado
en
la corte tomada y no vencida.
-Vivís
mejor que yo. -No es esto vida-
repuso
el rey José. -No soy soldado.
A
vuestro honor el trono he confiado
de
España, que deseo sometida.
Y
el palacio real, que a los Borbones
viera
huir al tronar de los cañones,
del
rey intruso escucha las querellas.
Pálido
Napoleón no le escuchaba
mirando
el horizonte, que negreaba
bajo
la eternidad de las estrellas.
IV
Y
Napoleón de cara a la llanura
marcha
de prisa, taciturno el ceño,
en
dominar España está su empeño.
Y
arde España en guerrillas y conjuras.
-País
de quijotescas aventuras
te
rendirás y yo seré tu dueño.
Y
a Rusia ahora a realizar el sueño
de
conquistas asiáticas futuras.
Arde
el polvo, es acecho cada rama,
es
cada piedra de la hoguera llama
que
invade pueblos, mar y tierra.
El
César adelanta sin cuidado
y
el genio de Castilla va a su lado
por
arma el bravo grito: «¡Guerra, guerra!»
V
Del
bien y el mal él conoció la ciencia,
que
cultivó sagaz, frío, consciente
y
fue en la lucha alguna vez clemente,
sin
que su alma sintiera la clemencia.
Su
gloria ennoblecía su presencia.
Y
los tronos caídos por sus manos
triunfante
se los daba a los hermanos,
olvidada
en la gloria la conciencia.
Codició
más que amó. De Josefina
amó
el rango, el amor, la gracia femenina
y
a la princesa la compró su espada.
No
emperador, vencido lo prefiero,
y
sus años de mártir prisionero
dan
a su muerte excelsitud sagrada.
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