Un tatuaje
Siempre dijeron
de mí
que muy seriecito para su edad
—que muy bueno para venir de esa mala semilla
oscurecida—.
Yo
quería dormir hasta tarde los domingos
tener revistas porno debajo del colchón
pero: muy seriecito para mi edad.
Quería un tatuaje
pero
iba los domingos —tempranito—
al coro de la iglesia
al mercado del brazo de mi madre.
Cumplí todas mis tareas,
fui todo lo que la familia deseó.
Ciertas tardes de verano salí desnudo al jardín
imaginando un dragón que en su tinta devoraba mi pierna.
Bueno para las clases de historia y de ciencia natural
asistí con religiosidad todos los días a clase
quise irme de pinta
y besar en parques escondidos a mujeres (niñas de labios pintados)
que se cambiaban el nombre
para no manchar como su ropa interior, el verdadero.
En cambio hubo prolongadas noches
de inventarles rostros y olores a esas musas.
Luego me dio por las palabras
andar diciendo cosas raras
de la gente:
su mirada es fuego que me funde y fragua
de las cosas:
una blanca nostalgia hizo nido en el ropero
y antes de perderlo todo en esa apuesta
—qué oportuno—
me consiguieron un trabajo
un buen trabajo, digo
de esos que uno gana su dinero
de esos que se pone uno corbata y siempre
le dicen a uno Señor
aprendí de nónimas y trámites honrosos
de windows e impresoras a color
y yo
seguía queriendo un tatuaje
en el tobillo,
una tarde de playa con ocasos de Neruda.
Pero —siempre— el amor es de alguna forma medicina:
droga corriente
peligrosa y adictiva igual de ilegal —debiera castigarse—
muy costosa pero no tan de mal ver,
excepto
en las entrañas, donde hace su guarida de epidemia.
Comencé a escribir en las paredes de mi cuarto
luego en espaldas de mujer…
Hoy
mis versos se maduran lentamente
en la mirada desatada de un anhelo.
Una brasa —más instinto que otra cosa—
prepara su caldero en cierto vientre
y canta de brazos abiertos mi llegada
en espera
del tañido iracundo que nos resumirá.
Cuando sepa el nombre de ese fruto
por toda la verdad acumulada
por toda la obediencia que llagó mi pecho
me haré un tatuaje
tal vez dos.
Siempre dijeron
de mí
que muy seriecito para su edad
—que muy bueno para venir de esa mala semilla
oscurecida—.
Yo
quería dormir hasta tarde los domingos
tener revistas porno debajo del colchón
pero: muy seriecito para mi edad.
Quería un tatuaje
pero
iba los domingos —tempranito—
al coro de la iglesia
al mercado del brazo de mi madre.
Cumplí todas mis tareas,
fui todo lo que la familia deseó.
Ciertas tardes de verano salí desnudo al jardín
imaginando un dragón que en su tinta devoraba mi pierna.
Bueno para las clases de historia y de ciencia natural
asistí con religiosidad todos los días a clase
quise irme de pinta
y besar en parques escondidos a mujeres (niñas de labios pintados)
que se cambiaban el nombre
para no manchar como su ropa interior, el verdadero.
En cambio hubo prolongadas noches
de inventarles rostros y olores a esas musas.
Luego me dio por las palabras
andar diciendo cosas raras
de la gente:
su mirada es fuego que me funde y fragua
de las cosas:
una blanca nostalgia hizo nido en el ropero
y antes de perderlo todo en esa apuesta
—qué oportuno—
me consiguieron un trabajo
un buen trabajo, digo
de esos que uno gana su dinero
de esos que se pone uno corbata y siempre
le dicen a uno Señor
aprendí de nónimas y trámites honrosos
de windows e impresoras a color
y yo
seguía queriendo un tatuaje
en el tobillo,
una tarde de playa con ocasos de Neruda.
Pero —siempre— el amor es de alguna forma medicina:
droga corriente
peligrosa y adictiva igual de ilegal —debiera castigarse—
muy costosa pero no tan de mal ver,
excepto
en las entrañas, donde hace su guarida de epidemia.
Comencé a escribir en las paredes de mi cuarto
luego en espaldas de mujer…
Hoy
mis versos se maduran lentamente
en la mirada desatada de un anhelo.
Una brasa —más instinto que otra cosa—
prepara su caldero en cierto vientre
y canta de brazos abiertos mi llegada
en espera
del tañido iracundo que nos resumirá.
Cuando sepa el nombre de ese fruto
por toda la verdad acumulada
por toda la obediencia que llagó mi pecho
me haré un tatuaje
tal vez dos.
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