Cartas
de Mandela desde la isla de Robben
I
Esta
noche he recordado los días de mi infancia.
Fueron
días felices los días en Qunu; la brisa que jugaba en la copa de los árboles
acariciaba mi cara y yo empezaba a soñar: una gran fiesta tenía lugar en
la pradera, todo cobraba vida en ese momento, las piedras y el agua cantaban
con esa melodía triste que caracteriza a los negros de África.
Cuando
despertaba, todas mis ovejas habían escapado, yo corría tras ellas con toda la
fuerza que me permitían mis cinco años.
Antes
de la llegada del hombre blanco, todos los hombres eran libres.
II
La
rutina en Robben empieza a las cinco y treinta; parece un desfile de muertos la
caminata hasta el comedor; después del desayuno salimos al patio a trabajar; la
piedra de hoy es mucho más grande que la de ayer, la palpo suavemente y le
hablo en silencio. Cuando el sol se quiera ocultar, esta dura piedra será
polvo.
El
corazón de algunos hombres es duro como la piedra.
¿Cuánto
tiempo más me espera aquí? No lo sé. Será hasta que la piedra escuche mi voz y
se desmorone sin golpes.
III
Cuánto
angustia al corazón del hombre no poder besar los labios que ama y que también
lo desean. Ese día de tu visita Winnie, me sentí más impotente que un pájaro de
hielo.
El
cuerpo de un hombre puede ser amordazado, humillado, vendido hasta la usura,
pero sus ideas y sus deseos quedarán intactos. Si muero en esta celda, mis
palabras florecerán en otros labios.
Ahora
estoy dispuesto a morir.
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