Diana
No.
No
fue la primera oscuridad de Dios.
No
fue la herida que llamó a la muerte.
Diana
fue la primera luz de los profetas,
la
primera sed que da la sal cuando amanece.
No
fue fácil esconder la sangre de mujer en los silencios.
No
fue fácil negarle el deseo al labio de la piedra.
Lucifer,
su hermano, lo supo demasiado tarde.
Quiso
matarla con las misas de la culpa,
pero
Diana fue siempre más astuta.
Ahora
ella es el ojo de un felino,
el
caldo de las ollas,
y
la yema de las llamas.
Es
ella la que corta yerbas para amar.
Es
ella la que sube por los montes en busca de la llaga.
Los
hombres que cortejan a la muerte la buscan para hacerla suya,
pero
Diana es siempre más astuta.
Los
curas de los templos ebrios
la
buscan con los perros más borrachos.
Pero
Diana es siempre más astuta.
De
su lengua de partera es hija Aradia.
La
niña también sabe cocinar
las
uñas de la noche,
también
sabe vestirse de sueño
cuando
llegan los que duermen.
Madre
e hija son la misma abeja
y
el mismo hilo de las ruecas.
Son
las hojas de un árbol que lo sabe todo:
El
evangelio de las brujas.
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