viernes, 3 de enero de 2020

CARLOS VILLALOBOS





Diana



No.
No fue la primera oscuridad de Dios.
No fue la herida que llamó a la muerte.

Diana fue la primera luz de los profetas,
la primera sed que da la sal cuando amanece.

No fue fácil esconder la sangre de mujer en los silencios.
No fue fácil negarle el deseo al labio de la piedra.

Lucifer, su hermano, lo supo demasiado tarde.
Quiso matarla con las misas de la culpa,
pero Diana fue siempre más astuta.

Ahora ella es el ojo de un felino,
el caldo de las ollas,
y la yema de las llamas.

Es ella la que corta yerbas para amar.
Es ella la que sube por los montes en busca de la llaga.

Los hombres que cortejan a la muerte la buscan para hacerla suya,
pero Diana es siempre más astuta.

Los curas de los templos ebrios
la buscan con los perros más borrachos.
Pero Diana es siempre más astuta.

De su lengua de partera es hija Aradia.

La niña también sabe cocinar
las uñas de la noche,

también sabe vestirse de sueño
cuando llegan los que duermen.

Madre e hija son la misma abeja
y el mismo hilo de las ruecas.

Son las hojas de un árbol que lo sabe todo:

El evangelio de las brujas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario