Cucharadita
de azúcar
Primero
es la mesa,
después el mantel,
el florero,
las flores,
los colores,
verde y rojo,
la alegría,
el privilegio
de llevarla a la boca,
una y otra vez,
sin morder
de plata sus labios,
sin besar
el metal frío
o, si lo besara,
por debilidad humana,
tierna lechuga;
redondita, como
un pedacito de lluvia
tantas veces
fue a mi boca,
pequeña
como dos aspirinas,
puntito aparte
para marcar un lugar
en la superficie del globo terráqueo,
aquí, con precisión de barítono loco,
en este castillo
a orillas del río Solent,
donde nació mi chifladura
de llevar a mi boca
una cucharadita de azúcar.
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