Grecia tiene algo que
el cielo tiene a cierta hora.
Tiene
algo que los cristales empañados tienen,
tal vez
no sea el vaho sino la estación creciendo por los bordes
como un
musgo cristalino, como una bella plaga de invierno
que
hace que muchachas blancas se coloquen la bufanda,
y
lleven su corazón a la llovizna.
Tal vez
no sea lo basáltico de la intemperie
sino la
lluvia que no cae y que le da a uno
un
estado de ascenso apacible.
Ella
tiene algo que también las fuentes;
no lo
sé bien,
algo de
esa celebración de transparencia
vino
con ella,
algo de
ahí, donde la claridad se desarregla para todos.
También
lo dice el azogue de mirar, lo lanceolado de sus ojos.
Ella
tiene algo que juega con el caos
que tal
vez no sea como caer la noche
o como
no poder respirar
sino
que en otros lugares llueve
cuando
ella descuelga su sonrisa por unos segundos en la casa.
Ella
tiene algo del sur, tal vez su forma de nublarse;
algo de
cementerio y de jardines,
algo de
estar bajo el trueno,
tal vez
sólo sea que en una mañana,
cualquiera,
como ésta,
cercana
al mar o a la violencia, no importa,
se ha
descubierto su semejanza
con el
invierno.
Ella
tiene algo de esa belleza, no lo sé muy bien.
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