sábado, 9 de septiembre de 2017

MANUEL BECERRA





Grecia tiene algo que el cielo tiene a cierta hora.
Tiene algo que los cristales empañados tienen,
tal vez no sea el vaho sino la estación creciendo por los bordes
como un musgo cristalino, como una bella plaga de invierno
que hace que muchachas blancas se coloquen la bufanda,
y lleven su corazón a la llovizna.
Tal vez no sea lo basáltico de la intemperie
sino la lluvia que no cae y que le da a uno
un estado de ascenso apacible.

Ella tiene algo que también las fuentes;
no lo sé bien,
algo de esa celebración de transparencia
vino con ella,
algo de ahí, donde la claridad se desarregla para todos.
También lo dice el azogue de mirar, lo lanceolado de sus ojos.
Ella tiene algo que juega con el caos
que tal vez no sea como caer la noche
o como no poder respirar
sino que en otros lugares llueve
cuando ella descuelga su sonrisa por unos segundos en la casa.

Ella tiene algo del sur, tal vez su forma de nublarse;
algo de cementerio y de jardines,
algo de estar bajo el trueno,
tal vez sólo sea que en una mañana,
cualquiera, como ésta,
cercana al mar o a la violencia, no importa,
se ha descubierto su semejanza
con el invierno.

Ella tiene algo de esa belleza, no lo sé muy bien.





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