miércoles, 2 de agosto de 2017

VERANO BRISAS





Una bacante loca y un sátiro afrentoso
conjugan en mi alma su frenesí amoroso.
Porfirio Barba Jacob




Cuando las caricias desganadas de tu amante
o los besos indiferentes de tu esposa
sean como icebergs de un hielo iderretible.
Cuando el hastío haya hundido su colmillo infeccioso
en lo más profundo de tu corazón.
Cuando te encuentres cansado de rutinas
y estés buscando una experiencia nueva.
Cuando sientas todo eso y mucho más,
es que ha llegado el momento decisivo
de visitar sin asomo de remordimiento
la siempre novedosa Calle de las Complacencias.
Esta calle ha existido, existe y existirá
mientras el mundo tenga su giro planetario
y los humanos no alcancemos la plena satisfacción
de nuestras más íntimas necesidades eróticas.
Toda cultura, toda época, toda ciudad
ha ofrecido, ofrece y ofrecerá
en el instante adecuado y en sus circunstancias,
los deleites innegables de esta acogedora vía.
Allí se puede gozar desde una simple copulación
con la ramera de turno
hasta el desfloramiento de una niña virgen,
si se lleva la cartera bien nutrida
y se ostenta la influencia necesaria
para que la dueña de casa quiera agasajarte
con tan exquisito y raro manjar.
De igual manera puedes buscar una
que acepte ser atormentada
mientras lucha indefensa sobre la cama
o atada fuertemente de algún pilar apropiado
con lazos de fina seda o rebumbioso metal.
Tal vez sea más interesante para ti
recibir que dar los latigazos
por mano de una espigada damisela
vestida solamente con altas y negras botas,
además de un cinturón y brazaletes
hechos con piel de oso o de cualquier otro animal
que funcione como símbolo de fortaleza.
En vez de latigazos
quizás prefieras una paliza con garfios,
tan popular entre aquellos que quieren santificarse,
o disfrutar otras torturas de diverso estilo
mientras una jovencita, bella y degenerada,
manipula tus partes con fruición perversa.
Si tus deseos van aún más lejos,
pueden darte a oler sus prendas íntimas
o taponarte la boca con unas tanguitas recién usadas
cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen.
Es posible observar también desde un desván,
a través de la mirilla indiscreta,
los complicados ritos a que otros se someten
por su propio gusto,
o someten a sus lujuriosas víctimas,
si pagan la tarifa establecida para estos
y otros placeres especiales
como esas catárticas orgías.
Y así sucesivamente,
no carecerás de ninguna extravagancia
si haces los méritos adecuados para ello.
Te aseguro que Procusto
no hubiera creado nada más apetecible
para tus secretos e inconfesables deseos
en esta dulce y generosa Calle de las Complacencias.



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