lunes, 3 de noviembre de 2025

MAURICIO MARQUINA

 

  

Sueño de infancia

 

 

Esa noche yo tenía que permanecer acostado sobre los muertos
y darles de comer el pescado seco que había sobrado la noche
anterior. Unos habían sido condenados por inocentes y eran
la mayoría; otros, por encontrarse desnudos durante los servicios
 religiosos. Pero no es la hora de esclarecer recuerdos
difusos. Yo buscaba una mano caliente todavía
       en cuyas arterias desgarradas corriera un poco
       de sangre inoficiosamente coagulada. En vano.
       Soy incapaz de decir como estaba vestido
       y ansiosamente apretujado de odio. De temor. Pero los
cuerpos ya estaban disecados de antemano: restos de músculos,
nervios, huesos oscuros, todo sumergido en un charco de
       formalina
       entonces comencé a sacar timbales y anteojos oscuros
       de los cráneos y fui construyendo, en el punto más alto de
       la fiebre ritos obscenos, diálogos desnudos para el amor,
       fragmentos de poemas sin odio ni tristeza,
y así llegó el tiempo de mirar lentamente cada una de las
órbitas vacías —cegadas por lágrimas purulentas—
       inclinado violentamente sobre un seno arrugado
       me puse a mamar en el más atroz de los silencios.
       Para entonces había dejado de creer en todo. Algunos de mi
generación subterránea siguen empleando, desde aquella noche y
como única arma, la ironía contra las cosas; otros, meditan
sentados sobre la tumba de Vallejo, bebiendo a grandes tragos
una especie de cicuta metafísica. Pero ninguno estuvo conmigo
       aquella noche, y algunos conservan todavía
       sus máscaras pintadas colgando de los agujeros
       cerebrales
       amenazando destruir las palabras, las oraciones, los salmos.
Esa noche, al final del corredor, me entregaron un par de manos
y un libro en blanco, para encarnar el Testimonio y la Locura

  

De: “Obscenidades para hacer en casa y otros poemas”

 

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