Martha
Martha
jamás
necesitó de un ritmo de palmeras
le
bastaron las calles polvorientas
de mi
pueblo dibujado en el desierto.
Todas
las tardes cruzaba por la plaza
como un
alfil blanco
rozando
apenas el tablero.
Rubio
deseo compartido
por más
de treinta adolescentes.
Algunos,
los más grandes
juraban
haberla disfrutado
en las
tapias de lo que fue el correo
los otros,
tan sólo queríamos crecer por ella.
Las
calles de pronto parecieron muy estrechas
para el
crecimiento anormal de sus caderas,
nos
dejó con las ganas de crecer
y con
la cálida humedad de la vergüenza
corriendo
entre los dedos.
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