martes, 28 de enero de 2014

HERIB CAMPOS CERVERA




Testimonio


 I
No sé: yo no podría nombrarlos de otro modo
que enterrando en las venas sedientas de la pólvora
sus simples iniciales de símbolos caídos.

Este que está a mi lado, redimido de luces,
palpando espesos muros de abrumados silencios;
o aquel en cuyos párpados
se demoró el relámpago del plomo,
no fueron al estrago, no acudieron al riesgo
mortal, ni al alto duelo
contra el nivel pesado del agua traicionada;
no se echaron de bruces detrás de la pequeña
frontera de sus huesos
para vestir de mármoles y nubes
la fragorosa arcilla combatiente
de su dulce estatura.

No serviría de nada labrarles una máscara
a quienes desde siempre
nacieron y habitaron entre chispas de piedra.

No. Eran otros los rumbos que imantaban los pasos
de estos inaccesibles guerrilleros del alba.
No fueron al encuentro de una selva de bronce;
no buscaron metales solemnes, no quisieron
anchas investiduras, ni charangas, ni cantos.
Simplemente
bajaron a morir para dejarnos
otro tiempo más limpio y otra tierra más clara;
algún laurel más alto y un aire más sencillo;
otra categoría de nubes y otra forma
de dar un aposento, de nombrar una cosa;
o acaso otra manera de abrir una ventana
para llamar al Día del Hombre Venidero.

¿Cómo escribir siquiera la cifra que llevaron
sin lastimar el polvo de sus nombres?

No puedo hablar de lágrimas
frente a esta primavera de espigas derrumbadas,
porque ellas no besaron las márgenes del llanto
en esos días inmensos en que el rayo buscaba
nada más que la talla del Hombre para herirla.

Si hoy nosotros estamos de pie sobre este cieno,
es porque el firme fuego de todo aquel calvario
trabajó los cimientos de este cieno.

Si mañana tocamos la espada del rocío,
es porque ellos tendieron un puente hasta el acero
y nos dieron su trigo, sus hondos minerales
y el Norte y la medida del camino.

II

Porque yo les he visto sosteniendo sus hierros,
en el trance total de estar doblados
sobre el pétalo oscuro de la sangre.

Yo estaba en el costado de la furia,
cuando ellos manejaban las aristas del trueno;
los he visto poblando de centellas azules,
las heladas esquinas de la noche.

Yo he visto el amarillo sendero que dejaba
la bandera asediada;
allí donde ella estaba
el estambre infalible de mi pequeña brújula
hallaba el brillo honrado del metal de una frente,
buscando su trinchera o su mortaja.

III

Y ahora, decidme, vosotros,
taciturnos sobrevivientes del crucial torrente;
piedras abandonadas
en la huella caliente del combate;
cal todavía sonriente sobre el alto
paredón de la muerte:
¿de qué rocas del tiempo
viene esta arena erguida que atraviesa
los párpados del aire enfurecido?
¿De qué profundo sueño están viviendo
estos ángeles claros que van hacia la lluvia,
con sus rugientes números de filos justicieros?

¿Y estos pájaros roncos que castigan
las ventanas del día?

¿De qué venas en llamas
o a través de qué dulces dominios navegantes
emergen estas aguas levantadas y alertas
que, minuto a minuto, configuran el torso,
las arterias pacientes y el rostro de diamantes
de estos vertiginosos varones del castigo?

Yo pregunto;
yo quiero que me digan el nombre
del Capitán caído debajo del silencio
de la piedra final y del madero
en cruz.

Yo quiero que me nombren el número preciso
de aquellas simples manos de labor derramadas,
desde el Norte, de rayos torrenciales,
hasta la desolada cintura de las islas.

Quiero que me denuncien la dignidad y el orden
de esta desamparada cosecha interrumpida.

Necesito bajar hasta el obscuro
nivel de la tormenta encadenada
y hacer el inventario de esta lenta yacija:
juntar las manos rotas; las frentes y los párpados;
clasificar el vasto trabajo del osario;
ver en qué forma suben las substancias terrestres
por los acantilados de la cal deshojada.

Tengo que custodiar desde hoy y para siempre:
los surcos y los hoyos y los túneles,
donde la estalactita de los ojos yacentes
y la pisoteada guitarra de estos labios
esperan la llegada de una aurora invencible.

Yo soy el Designado:
yo estoy en este duelo para marcar el hombro
de los Ángeles Negros que humillaron sus alas
bajando hasta el infierno de la sangre inocente.

Y aquí estaré por siglos -como un vigía de piedra-,
gastando las aldabas de las puertas del día,
hasta que una Bandera de olivos y palomas
se yerga entre las manos de los muertos vengados.



NILA LÓPEZ




Los fuegos
encendidos
  

XXXIV

¡Estoy tan lejos!
Debo volver a casa.
A esta misma hora
en alegre algarabía de voces gestos
ayer
se me perdió la risa.
Debo volver a casa.
He dado tantas vueltas
que ya no sé dónde dejé mis sueños.
Debo volver a casa.
He caminado mucho
y siento
que es la primera vez
que paso por el mundo.



FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH



Poema menor


Luna,
perdida luna.
Y nada más:
tú y yo:
Por allá,
por aquí
-sombras,
círculo en hambre,
tiempo
como arenilla
o palabra,
tú y yo,
mundo recién nacido.

Todo comienza
y vibra
(luna,
perdida luna),
como ala purísima
de luz
-sueño de Dios
matinal-:
Todo comienza en canto,
en vuelo,
en ti
¡mundo recién nacido!
tú y yo
por allá
por aquí...





MÓNICA LANERI



Primera vez


Abierto
ante la vida
descubres
el sexo
poco a poco.
Aquí...
entre mis piernas.



ELVIO ROMERO



  
Cintura


El arco en desazón de tu cintura
cimbreó su tallo en fresco movimiento,
como si todo el soplo de tu aliento
no cupiese en la red de su envoltura.

La quemazón del lecho y su blancura,
sintió agitarse ese temblor violento
de tu cuerpo sembrado por el viento
con que ensayé sellar mi quemadura.

¡Oh, firmamento abrasador, sencilla-
mente ofrecer y asir soles profundos
al frutecer la sangre en el relente!

¡Y dar y recibir dones fecundos,
como un surco acogiendo la semilla
feraz y fértil en su mes ferviente!



DELFINA ACOSTA



Los modos de marcharse



Hay modos de marcharse de la vida:
poco a poco
se van de tu memoria
los versos más hermosos de Rimbaud.
Te ocurren dos fatalidades juntas:
se te muere la rosa
que al mirarla quisiste
con suspenso de niño,
con el amor de Dios,
y se entierran, también, en el jardín,
las hojas amarillas de tu alma.
Para llenar las horas de la tarde
vas y vienes del tiempo
en que quedó el recuerdo
de aquella boca tibia ayer besada.
Hay modos de marcharse
de la vida:
poco a poco
se van de tu memoria
los versos más hermosos de Rimbaud.