sábado, 5 de noviembre de 2016


DIEGO JESÚS JIMÉNEZ




Arcángel de ceniza



Homenaje a Federico García Lorca

I. Los lagartos dibujan en el tiempo
su muerte mineral. Hay mastines que sueñan con rocío en los ojos
y que entornan las noches ante el infortunio. No sé por qué
tras las últimas casas de los barrios extremos
imagina uno el mar. La luz es un estanque
que habita la memoria, un estanque con algas y secas humedades
donde los días yacen en sus salas de espera.
                                                         Los cementerios de automóviles
atraviesan urgentes madrugadas
de hospitales y de óxidos. Deja la claridad, entre las flores,
un mundo submarino abierto. Sueñan los dormitorios
enfermedades plateadas, y hay un temblor difuso en las paredes
y muñecas sin ojos arrastrando
su universo olvidado. Hay vacíos océanos
y animales pacientes que ahogan el insomnio.
La tortuga invernal, entre la lluvia,
avanza más aprisa que los trenes
que atraviesan los cielos. Nadie
recuerda nada aquí. Todo está aislado en su inseguridad; la luz es un naufragio
de hogueras apagadas. De humo estrellado
son las sombras, y hay navajas que brillan de incertidumbre
como un escalofrío. Hay testigos de espuma en los alrededores
y recodos de horas que no terminan nunca. Hierve la Historia
en una sola página. La ciudad,
a lo lejos, tiene un maduro resplandor
de palacio de invierno.
II. Oigo desde aquí los aljibes, los desagües
desde donde las ratas y los pobres comparten sus negocios
de cartón y de humo; ya los ejecutivos,
con la seguridad de los prestidigitadores,
ascender por el aire; ya los asentadores,
ya los intermediarios de todo cuanto un día en los campos
                                                     fue bello; o a los que distribuyen
su mercancía invisible y, poco a poco, adquieren
esa pátina helada de los santos, en los ojos el frío
de los peces que han muerto.
                                                           Ved que el robo es defensa
y la piedad mentira; que en estas calles
donde es dolor la Historia y la vida pecado,
por las que se presume
tanto de libertad como de pobreza,
ya no se lucha a muerte. Baja del Guadarrama un viento
de rendición. Entre los árboles
deja la espuma de la noche sus párpados abiertos.

III. La ciudad
brilla como una ola de ceniza sobre la lejanía. Es agosto
y, desde aquí, ves tenderse
el fatigado cuerpo del silencio en las lomas, la quemadura
vegetal de los parques que, a lo lejos, encienden con sus llamas
lentas flores de sombra.

                                                  En las afueras
hay un olor portuario
de mercancía muerta; es un muelle la tarde
donde yace la lluvia en apagados trenes; y hay hélices y anclas
de barcos que no existen, y ruidos que se esconden
en las profundidades de las sombras como animales ciegos.
Lo mismo que en los puertos
ves frutos que se pudren como auroras calladas
y restos de periódicos que vuelan, sin razón,
por los aires.

                           No es el silencio aquí
como el de las murallas o como el de las frondas
de los ríos abiertos. Una edad medieval
discurre en los contornos, sueña en los alrededores de las cosas.
Hay una luz de atardecer entre las fábricas
que dura todo el día. Huele a fatiga ya cartón, a riesgo, a vida peligrosa
en estos barrios donde
no tiene el cielo crédito ni la infancia fortuna.

                                                                                    Abre la calma de la tarde sus puertas
de calor a la noche; y atraviesan
en vuelo errante, como cenizas de la luz, el silencio
los pájaros.

IV. De la noche desciende como un ángel huido de los cielos.
Desciende de sus pétalos grises y de sus manos muertas.
Sueña por los fríos sepulcros de los invernaderos
donde el rocío no existe y está el tiempo callado.

Llega desde la muerte,
desde negros océanos deshabitados, con veloces caballos purísimos y errantes;
sus caballos glaciares cuyo galope eterno pisotea las flores,
las flores que penetran ahogándose en las clínicas, donde
hay un llanto eléctrico por las enfermedades.

Regresa de las lágrimas de los amaneceres, perdida en la marea de sus ojos vacíos
donde eligen los árboles sus insectos dorados y los ricos sus pobres.
Desde sus sienes abrasadas por extraños arcángeles de ceniza y de niebla desciende,
regresa enfurecida a sus más bajos fondos.

¡Oh, altísima ciudad, flor de infortunio, luz disecada entre las páginas
donde llora la Historia arrepentida! ¡Altísimo pecado de cristal y silencio!
Dime que no es verdad la noche, ni la muerte ni el llanto
                                                                      con los que te disfrazas de papeles y líquidos.

Hay un lóbrego viento de submarinos invisibles y manzanas podridas.
La soledad busca sus cuerpos destrozados por los rincones de los hospitales
donde ascienden heridos por las blancas paredes de sus habitaciones
solitarios difuntos que, de pronto, se nublan
y su duelo consiste en su propio cadáver.

Está en las madrugadas que abandonan los parques,
entre vómitos pálidos y cisternas amargas, donde hay pájaros muertos
y fermenta el sonido de sus viejas heridas
entre algodones y tijeras que han abierto los ojos.
Con su dolor se nutren los poetas; sus versos le traicionan entre las mariposas y las nubes.
¡Ay, dime que no son ciertos tus dioses con gusanos ni tus cuerpos de estiércol!
Dime tú que no existe el pan de cieno que no tiene memoria y has dejado mordido.
Llegas de las afueras y los túneles, de metales cerrados y fábricas en llamas.
Estás en la garganta de las larvas que oxidan a los años.
Dime que no es verdad el día de tus negros espejos
ni tus desheredados con asma interminable, ni el eterno silencio
de los que más humillas: a los que robas cada día, cuando los atardeceres
yacen en los suburbios, y navegan los pobres en barcas naufragadas
tu olvido.


De: "Itinerario para naúfragos"



VINICIUS DE MORAES




La hora íntima



¿Quién pagará el entierro y las flores
si yo muero de amores?

¿Qué amigo será tan amigo
que en el entierro esté conmigo?

¿Quién, en medio del funeral
dirá de mí: "Nunca hizo el mal...?

¿Quién borracho, llorará en voz alta
por no haberme traído nada?

¿Quién deshojará violetas
en mi tumulto de poeta?

¿Quien lanzará tímidamente
al suelo un grano de simiente?

¿Quién mirará, cobarde,
la estrella de la tarde?

¿Quién me dirá palabras mágicas
que hagan empalidecer a los mármoles?

¿Quién, oculta en velos oscuros,
se crucificará por los muros?

¿Quién, con el rostro descompuesto,
sonreirá: Rey muerto, rey puesto...?

¿Cuántas, en presencia del infierno
sentirán dolores de parto?

¿Cuál la que, blanca de recelo,
tocará el botón de su seno?

¿Quién loca, ha de caer de
hinojos sollozando tantos sollozos
que despierte recelos?

¿Cuántos, los maxilares contraídos,
con sangre en las cicatrices
dirán: Fue un loco amigo...?

¿Qué niño mirando a la tierra
y viendo moverse a un gusano
tendrá un aire de comprensión?

¿Quién, en circunstancia oficial,
propondrá para mí un pedestal?

¿Qué llegados de la montaña
tendrán circunspección tamaña
que he de reír blanco de cal?

¿Cuál la que, el rostro al viento
lanzará un puñado de sal
en mi guarida de cemento?

¿Quién cantará canciones de amigo
el día de mi funeral?

¿Cuál la que no estará presente
por motivo circunstancial?

¿Quién clavará en el seno duro
una hoja oxidada?

¿Quién, con verbo inconsútil,
ha de orar: La paz le sea dada?

¿Cuál el amigo que, a solas consigo,
ha de pensar: No será nada...?

¿Quién será la extraña figura
a un tronco de árbol recostada
con mirar frío y aire de dudas?

¿Quién conmigo se abrazará
y tendrá que ser arrancada?

¿Quién va a pagar el entierro y las flores
si yo muero de amores?


Versión de César Conto




SALVADOR ESPRIU




A la manera de Salvador Espriu



Mi viejo precio he de pagar, la muerte,
y hoy se me cansan los ojos de la luz.
Bajados con esfuerzo todos los escalones,
me adentran en dominios de la muerte.

En silencio me elevo rey de la noche
sabiéndome al servicio de doloridos hombres.
¡Ay! y ¿cómo guiar este dolor inmenso
hasta el cercado de las palabras de la noche?

Pasan el viento, el triunfo, el reposo,
entre hileras de llamas y de arqueros.
Cautivo de mis muertos y mi nombre,
en muro me convierto, camino de mí mismo.


Versión de José Corredor-Matheos



JOSÉ LUPIÁÑEZ




Amanecer frente al mar de Mármara



Sé que mi corazón alguna tarde
recordará estas aguas quietísimas
del Mar de Mármara y este liviano
encantamiento azul
del cielo que las sueña. Sé muy bien
que mi corazón alguna tarde,
en el jardín, quizá, ya del crepúsculo
buscará este frescor, estos reflejos
del lento amanecer que ven mis ojos.
El mar, el Mar de Mármara,
con buques para siempre varados
en sus aguas, con buques que renuncian
a cualquier travesía,
quietos también sobre las aguas quietas.
Los pájaros escriben con sus vuelos
en la celeste página de la mañana
el salmo que recito de verdad y belleza.
Esta visión, esta emoción
viaja ya por el tiempo hasta ese día,
para dejar temblando su milagro.
Entonces, me acordaré de hoy.




JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS




  
Digo lo que me dicta mi corazón sereno

                             Homenaje a Darío Jaramillo
           a partir de unas palabras de Ezra Pound



Otros escriben para desconcierto
de las generaciones actuales
y venideras. Yo
Sólo aspiro a que alguien
(no necesariamente en el futuro)
en alguna cultura muy antigua
me comprenda.



JUAN CALZADILLA



  
Sobre El Derecho A Enloquecer



Decía Pessoa que enloquecer es un derecho natural.
Lo que no me parece natural es que el que enloquezca
por derecho propio no llegue a estar consciente
de su locura que pueda uso de tal derecho para
recobrar la razón.

Por eso, debemos estar siempre listos para enloquecer.
Eso garantiza que la locura no nos coja por sorpresa
ni se convierta en decepción para todos
los que esperaban de ti una cordura
larga y bien remunerada.
Y a tiempo completo.