sábado, 15 de diciembre de 2012

SILVINA OCAMPO




  
Cuando perdida vago entre sombrías...



Cuando perdida vago entre sombrías
piedras sin luz y sin admiración
llego arrepentida a tu mansión,
a tus secretas y hondas galerías

donde me espera lo que me ofrecías.
Allí encuentro tu luz y tu pasión,
allí comprendo sin superstición
que me llenas de dicha y de agonías.

Quien no me sigue allí me perderá...
Quien no me busca allí no arrancará.
una sola respuesta de mis labios.

En tus rosales de oro, está el futuro,
lo que veneraré, lo que es más puro
porque tus pensamientos son los sabios.

MÓNICA LANERI






Ilusión burbuja



Donde el deseo
de dormir
o el deseo
de morir
se hace cotidiano,
casi  intrascendente;

un día como todos...

pero de lento,

agónico

-interminable-

fin de semana;

con tiempo

para mirar

la viga

en mi propia

espalda,
con tiempo
para juzgarme
por la más baja
traición
a mí misma,
con tiempo
para extrañarte:
nostalgiar
tus manos
tu boca
tus ganas...
Ese trozo

de vida
que me presto
por horas
algún día
de semana,
esa porción
de ilusión
-burbuja-
en tanto
que tan escondida
de dios;
sin embargo
lo nombro
-en mi interior-
a cada beso. 

HAROLD ALVARADO TENORIO




Café Blanche



Creyendo que la mejor cura contra la melancolía
eran esas superficies radiantes y abiertas
fuiste hasta las memorables ruinas
y viste la estatua de basalto
que del cuerpo de Antonio hicieron.
Grecia era el testimonio, bajo esa copiosa
y virulenta luz, de cómo solo lo externo
tiene propia existencia.
Ética y belleza
eran una y lo mismo.
Tallar el cuerpo era
tallar también el alma.
Curar el odio a si mismo
era curar la soledad.

De vuelta a casa, liberado ya del pasado,
con aquellas camisas de colores chillones,
tus negros pantalones de tres prenses,
tus zapatos puntiagudos y habaneros,
el desnudo pecho mostrando la cadena
de oro macizo y los cinco medallones
entrabas al Blanche y pasabas las noches
bebiendo cubatas y quemando porros.

Todas y todos eran tuyos.
Te enamorabas, sin duda.
Amabas tanto los ritos de la carne,
su lenguaje y sus palabras
que incluso ahora, cuando escribes,
no sientes, tampoco, interés alguno
por el "acto final".

LEOPOLDO ALAS MÍNGUEZ





Soledad es la hierba



Soledad entre cosas cargadas de sentido.
Mientras hierve en el fuego la pasta o la verdura,
no merece la pena ya ni hablar por teléfono
con amigos que comparten de lejos
la misma desazón en silencio contigo,
cada cual encerrado en su propia espesura;
la renuncia, el fracaso y un recuerdo de afectos
que llenaban la vida de síntomas inciertos
en tiempos felices de vino y rosas.
Soledad es la losa sin epitafio escrito.

Soledad es la herida por la que respiramos.
Construye cada cual el nido donde puede
con materiales nobles o plebeyos
y no existe otra ley que aguardar el momento
de salir, para volver a encontrarnos
por las calles y plazas donde todo sucede;
los amores, los pactos, el alud de proyectos
que hasta ayer nos mantuvo más o menos despiertos
en aras de una idea confundida.
Soledad es la herida por la que no sangramos.

De "La posesión del miedo"

ÁNGEL AUGIER







Un rostro y la distancia


                                       a Raúl Luis, protagonista

Ella posaba para Boticelli
cuando la viste por primera vez. Los cabellos rectos
le llovían sobre el rostro, como ahora,
ocultando su inquieta mirada y esa expresión
de animalito asustado ante la vida.
Mientras inquirías del maestro
sobre la identidad de su modelo, ella desapareció,
sin que lograras saber dónde encontrarla.
Inútilmente recorriste las calles de Florencia,
pero te marchaste con su rostro grabado en la memoria
y con el lienzo que lo copió para la eternidad.
Vagaste años y años por el mundo sin límites
de tiempo ni de espacio, y en tu camino
siempre su imagen emergía entre brumas de sueño.
Y una tarde volviste a encontrarla inesperadamente
asomada al balcón de una casa en Madrid.
La misma boca interrogante,
la misma ansiedad honda en la mirada,
insinuándose bajo el pelo caído sobre el rostro.
Nada pudo detener tu violenta carrera hacia ella.
Buscaste en todas partes desesperado,
pero ella ya no estaba. Debiste conformarte
con arrancar del muro la tela de su imagen
recreada por la magia del Greco.
Más de un siglo después volviste a sorprenderla,
esta vez en París, pero también lejana,
inmóvil en el mundo atormentado de Modigliani,
aún fresca, la pintura que reflejaba el óvalo fino,
la llama interior, la talla esbelta en ángulos.
Solicitaste al maestro, pero ya su mirada
era la ausente de los que van hacia la muerte
y no supiste tampoco dónde hallarla.
Hoy, cuando de ella te separan muchos años
y mares y tierras de distancia,
en Varsovia la encuentras al fin de carne y hueso,
de encanto misterioso, de secreto fulgor,
de realidad y sueño. Y le has reconocido
el rostro huidizo de siglos que se ocultan
tras el velo adorable del cabello,
el mismo rostro perseguido y perdido y ansiado,
pero al llegar hasta ella, eres ajeno y lejano
porque nunca pudiste existir en su mirada,
porque jamás pudiste asomarte a sus ojos
ni hablarle a su corazón.
En tanto el tuyo queda rondando en torno al Vístula,
que discurre tan indiferente como ella,
mientras la distancia -de tierras, mares, años-
vuelve a trazar entre ustedes
una línea imposible para siempre.

ROBERTO JUARROZ






El silencio que queda entre dos palabras...



El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del árbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento. 

Así como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre. 

Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,
tal vez más que el lector