jueves, 22 de diciembre de 2016


ÁNGEL CRUCHAGA




Soledad



¡Otra vez solo! Agita la muerte sus anillos...
Yo la tenía cerca como una trizadura
del corazón. Y era mi único regocijo
sentirla andar, reír. Mi alma ya no la busca...

Se fue de mí. No pudo mi red echada al día
tomarla toda. Huyó tan lejos de mis alas
que al conversar conmigo yo la siento perdida
y sólo me consuela el pensar que fue amada.

Era el único orgullo quererla en el reposo.
Para sentirla más vivía en el silencio
y corría a lo largo de sus ojos
como un infante que tuviera miedo.

Yo la sorprendí que estaba lejos siempre
que a mí no me quería, ni al sol ni a la montaña.
Estaba más lejana que la muerte...
¡pero yo amaba su perfil de lágrima!




JENARO TALENS




El espejo



Tiene la blanca mano
apoyada en el libro pequeño,
sobre las pequeñas hojas blancas
donde, absorta, se pierde.

Hundida en el sillón, los ojos
tibiamente impregnados de sensación de ver,
aunque sin forma; en torno los objetos
se alzan como muros
a los que sólo la incansable
profundidad de las pupilas
puede ahondar en plenitud, y observa
el modo simple en que se acopla el mundo
a su tacto, sin queja.
Cuanto sus dedos asen
fuertemente lo tiñen de lucidez. Del cerco
nunca insalvable de la lejanía
en que hasta las palabras
más repentinamente próximas participan
la protege este libro pequeño,
en cuyas pequeñas hojas blancas sus blancas manos se posan.

Y algún vago deseo
le asalta: «cuerpo hermoso
para ofrecer, quién sabe, blando muslo,
labios acaso con temblor de aurora».
Pero apenas si el brazo, febrilmente extendido,
roza el sereno cristal que nada responde.

Ciego el espejo es
para el que en su pulida entraña no consigue iniciarse
con claridad. Y vuelve
a acariciar su cuerpo, que, de nuevo, insensible,
se funde en la lejana realidad envolvente.

Cuando ha dejado de sentir el apacible mordisco de las
          últimas luces
cierra con lentitud el libro. Y comienza otra noche,
en donde los objetos, incluso los más cercanos, también a ella
          la ignoran.


De: "Víspera de la destrucción"



FRANCISCO CERVANTES VIDAL

  


Autorretrato tomado en febrero



Un laberinto de papeles.
Algunos hoscos garabatos,
Y el sueño en que me pierdo a ratos
Son, acaso, los retratos
Que de mí hubiera, los más fieles.

Pienso mientras estos signos trazo,
En si quedará de mí memoria alguna.
Y mientras varias obsesiones, una a una,
Me definen, un recuerdo me importuna.
Es todo lo que dejo acaso. 



SERGIO CORDERO




Cuarto de asistencia



Vivo estrechamente en el mundo como tú
como ellos
Recorremos pasillos infinitos
nuestros hombros se rozan y a veces se golpean
Despierto  tu cara soñolienta
está muy cerca de la mía
si hubiéramos estado conversando
de cosas muy íntimas
si fuéramos amigos
Ayer nos vimos por primera vez en este cuarto
todavía no sabemos nuestros nombres
ni ese pasado aparentemente tan distinto
en realidad confluye en los recuerdos
recíprocos de infancia
una semejante adolescencia
y una juventud donde amigos mujeres accidentes
dejaron cicatriz
Pasamos el umbral  somos adultos
Tienes razón   no puedo vivir solo
no es posible vivir solo conmigo
¿Qué más pueden hacer las soledades
cuando miran sus islas de desdén
separadas apenas por un hilo de agua?
Mejor hablemos
sí   no es necesario
pero tenemos tiempo disponible
y debemos hablar porque otros hablan
y debemos seguir hablando hablando
hasta gastarnos todas las palabras


CHARLES BAUDELAIRE




118. Todavía no he olvidado...



Todavía no he olvidado, cercana a la ciudad,
Nuestra blanca mansión, pequeña más tranquila,
La Pomona de estuco y la antigua Afrodita
Velando su pudor tras una rala fronda,
Y el sol, en el crepúsculo, destellante y soberbio
Que, tras el vidrio donde se quebraban sus rayos,
Parecía, gran pupila en el cielo curioso,
Contemplar nuestras largas y solitarias cenas,
Derramando sus bellos reflejos alongados
En el estor de sarga y en el frugal mantel.


De: "Cuadros Parisienses"



RENATA DURÁN

  


Óyeme así, como al descuido...



Óyeme así, como al descuido.
No te des mucha cuenta.
Quiero contarte que te quiero,
sin decírtelo nunca.
Quiero besarte suavemente,
como te besa el agua
de la lluvia.
Así, muy quedamente,
sin que escuches siquiera
su gemido.
Quiero que me ames
a pesar de ti mismo.
Que me ames lentamente
y enciendas todo el fuego
que arde en mí para ti,
definitivo.