martes, 22 de enero de 2013

JORDI VIRALLONGA





Maldición del apesadumbrado

                            Para los indignados


Cada día aprueban, redactan o piensan algo
que prohíbe, amenaza, coarta, limita, multa,
se mete en mi coche, mis bares, mi casa,
mi trabajo, me expulsa de mi piso,
embarga mi salario
y me roba la custodia de mis hijos.

Entonces yo,
extinguido, humillado, inactivo, falto de todo juicio,
injusto e inhumano,
aun con el progreso económico y todos sus servicios,
digo que no me hace feliz la ley
y que ojalá caiga el fuego sobre la asamblea de esos elegidos,
que se vaya a la mierda su tramposa mayoría,
que su ceniza simplona, arrogante,
que pretende cambiar mi naturaleza de hombre
a base de edictos y mandatos se mezcle
con la basura de los contenedores,
que se salve Sancho Panza
y que entierre al puto Cid, a Santiago
y a todos los que quieren salvarme
por mi bien
y no saben ni mi nombre.


JUANLE*





A la orilla del río...



A la orilla del río
un niño solo
con su perro.
A la orilla del río
dos soledades
tímidas,
que se abrazan.

¿Qué mar oscuro,
qué mar oscuro,
los rodea,
cuando el agua es de cielo
que llega danzando
hasta las gramillas?
A la orilla del río
dos vidas solas,
que se abrazan.
Solos, solos, quedaron
cerca del rancho.
La madre fue por algo.
El mundo era una crecida
nocturna.
¿Por qué el hambre y las piedras
y las palabras duras?
Y había enredaderas
que se miraban,
y sombras de sauces,
que se iban,
y ramas que quedaban…

Solos de pronto, solos,
ante la extraña noche
que subía, y los rodeaba:
del vago, del profundo
terror igual,
surgió el desesperado
anhelo de un calor
que los flotara.

A la orilla del río
dos soledades puras
confundidas
sobre una isla efímera
de amor desesperado.

El animal temblaba.
¿De qué alegría
temblaba?
El niño casi lloraba.
¿De qué alegría
casi lloraba?

A la orilla del río
un niño solo
con su perro.

*Juan Laurentino Ortiz


ADRIÁN SOTO





Horizonte negro
(Morgennebel im Gebirge)



Estas lejanas montañas que miro
son los ecos brumosos de otras cimas
que resuenan inmensos en la roca;
y si me acerco a ellas con profundo anhelo
marchan, se alejan, montañas tras montañas azules…
como un eco va expandiéndose en la noche.

Ésta debe ser la forma de un dios:
cuando el horizonte se hace negro
y cae abismalmente sobre las montañas.


FEDERICO GARCÍA LORCA






Madrigal de verano



Junta tu roja boca con la mía,
¡Oh Estrella la gitana!
Bajo el oro solar del mediodía
morderé la manzana.

En el verde olivar de la colina
hay una torre morena,
del color de tu carne campesina
que sabe a miel y aurora.

Me ofreces en tu cuerpo requemado,
el divino alimento
que da flores al cauce sosegado
y luceros al viento.

¿Cómo a mí te entregaste, luz morena?
¿por qué me diste llenos
de amor tu sexo de azucena
y el rumor de tus senos?

¿No fue por mi figura entristecida?
¡Oh mis torpes andares!
¿Te dio lástima acaso de mi vida,
marchita de cantares?

¿Cómo no has preferido a mis lamentos
los muslos sudorosos
de un San Cristóbal campesino, lentos
en el amor y hermosos?

Danaide del placer eres conmigo.
Femenino Silvano.
Huelen tus besos como huele el trigo
reseco del verano.

Entúrbiame los ojos, con tu canto.
Deja tu cabellera
extendida y solemne como un manto
de sombra en la pradera.

Píntame con tu boca ensangrentada
un cielo del amor,
en un fondo de carne la morada
estrella de dolor.

Mi pegaso andaluz está cautivo
de tus ojos abiertos;
volará desolado y pensativo
cuando los vea muertos.

Y aunque no me quisieras te querría
por tu mirar sombrío,
como quiere la alondra al nuevo día,
sólo por el rocío.

Junta tu roja boca con la mía,
¡Oh Estrella la gitana!
Déjame bajo el claro mediodía
consumir la manzana.


DINO G. SALINAS




  
María Teresa



María Teresa,
ya no hay luz en tus retinas, pero la luz te envuelve.
Ya no hay sonrisa en tu rostro, pero tu sonrisa vuela, 
se posa en las ramas y canta como los pájaros. 

Sentí tu beso en nuestra frente, 
el silencio de tu corazón 
aterciopelando cada ruido nuestro, 
el cerrar de tus ojos 
apagando cada lámpara. 

Sentí tu pausa eterna, 
los sueños que nos dejas 
(a ver qué hacemos con ellos). 

Sentí tu lástima por nuestra locura, 
tu bofetada llena de ira por lo que hacemos 
y, a pesar de todo, tu abrazo piadoso 
creyendo en nosotros, 
porque en donde estás sólo se ama. 

Sentí tu vuelo de ángel sobre mi cabeza, 
mientras te alejabas cantando 
(y sonriendo. No sé cómo lo haces): 
“No llores Tierra, no llores cuna, 
que vuelvo al Sol por ver tu ronda”.

MARIZEL ESTONLLO




Cesión

  
Hubo un rey
que amanecía en el tumulto de una calle
donde habitaba un sordo mendigo

A él le entregaban las rosas
los visitantes nocturnos de una aristocracia envilecida
Sus ojos le permitían la ocasión a la envidia
como quien almacena el deseo en vasijas selladas de catástrofes

Cuando se puede oír lo que un sueño nombra de improviso
Y una mano tendida en la escasez es el relámpago anunciado,
Somos reyes nuevamente.

Una tecla cede su sonido al mar.