martes, 27 de agosto de 2013

ELVA MACIAS




Casa abierta
                                                           a Roger Brindis


En las caballerizas las bestias jadean
han traído los beneficios de la huerta:
el aroma de racimos recién cortados
invade el patio...
En el jardín merodean
los pavones, los pijijis, los alcaravanes
entre el almendro, el tamarid, las rosas...
Pies descalzos prodigan su frescura en los corredores.
En la mesa se extienden frutos habituales,
todo es festinado en el quehacer o en la holganza.
Cada mañana
las puertas se abren de par en par,
en el zaguán hallan reposo el loco y el mendigo,
y los viajeros, sin traspasar cerrojos,
se cobijan del sol a mediodía.



GABRIELA MISTRAL




La fuga



Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre, para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo.

Mas, a trechos tú misma vas haciendo
el camino de burlas y de expolio.
Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos,
mas no podemos vernos en los ojos,
y no podemos trocarnos palabra,
cual la Eurídice y el Orfeo solos,
las dos cumpliendo un voto o un castigo,
ambas con pies y con acento rotos.

Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo
galeoto a su padre galeoto,
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.

Y otras veces ni estás cerro adelante,
ni vas conmigo, ni vas en mi soplo:
te has disuelto con niebla en las montañas,
te has cedido al paisaje cardenoso.
Y me das unas voces de sarcasmo
desde tres puntos, y en dolor me rompo,
porque mi cuerpo es uno, el que me diste,
y tú eres un agua de cien ojos,
y eres un paisaje de mil brazos,
nunca más lo que son los amorosos:
un pecho vivo sobre un pecho vivo,
nudo de bronce ablandado en sollozo.

Y nunca estamos, nunca nos quedamos,
como dicen que quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos
de luz, o en dos medallones absortos,
ensartados en un rayo de gloria
o acostados en un cauce de oro.

O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
o en mí tú vas, en terrible convenio,
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre por entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo!


LÊDO IVO




La meta


Juguemos fuera de nuestros cuerpos,
que se vuelven licenciosos.
Quedémonos sólo con nuestras almas,
entes abstractos y radiantes.

Guardemos apenas lo eterno,
lo demás es efímera escoria.
Aspiremos a lo absoluto.
El resto no vale la pena.

Los cuerpos que aman y desaman
y se enroscan, flexiblemente,
en el blanco universo de las camas,

son los embrujos sucesivos
de nuestras almas exigentes
que sólo aceptan el Paraíso.



MARGUERITE YOURCENAR




Siluetas 


Te destacas contra la noche disfrazado de Dios
(es decir desnudo)
pálido y blanco como el desconocido
que muere de hambre en el camino
aunque puede ser un ángel.
Tu boca bebe de las tinieblas, gota tras gota,
con amargura, y la franja de tu párpado
alberga el poco cielo que me queda.
Sobresales del día, como el cuerpo del amor
sacrificado por sus víctimas,
y mis besos son crímenes
que agujeran tus manos, sin esperanza.
Te desprendes de la tarde
como el sol en el crepúsculo;
tu silencio es el canto
que tu orgullo y tu dolor se obstinan en callar.
Rey derribado, de pie en el umbral de la noche
como a la entrada de un monasterio,
donde la sombra te cubre con una capucha inesperada:
la primera estrella reemplaza el corazón en tu pecho,
la sombra se coagula en tu sangre
y el sol rueda en el mar como una tiara de oro
perdida en la juventud.
Te destacas sobre la muerte
como un cisne sobre blasón negro.
El dolor y la esperanza sostienen el blasón
y hay sangre en el pico y lodo en el ala del cisne;
cada uno de sus temblores remueve las olas de la vida
y la eternidad.
Detrás del broche, el destino;
su ojo fijo en mi corazón resignado, al fondo de mi
    garganta.
La nieve cae lenta y amontona sobre mí sus copos
como plumas esparcidas sobre una tumba abandonada.



LUIS ROSALES




Agua desatándose



El tiempo es un espejo en que te miras.
Tú ya has entrado en el espejo y andas
a ciegas dentro de él. Tú ya has entrado
en el espejo. Nada
te puede desnacer; ya eres viviente;
tu carne sucesiva y simultánea
es igual que un trapecio donde un pájaro
a pie, se maniata
dando vueltas y vueltas, procurando
sostenerse en su cuerpo;
                                         y en la barra
estén fijas sus manos mientras gira,
—abajo, arriba, abajo—
                                      hasta que al alba
vuelva a girar el cielo y ya no pueda
seguirse sosteniendo, y se le caigan
las manos, se le agrieten
las manos, se le abran
las manos temblorosas,
y al perder su sostén el cuerpo caiga
como agua desatándose,
                                           y empiece
la música en sus alas. 

De  “Rimas”


ELSA CROSS




Pabellón


Vida del agua, tu mirada
me detiene para siempre
                             en este umbral.
No he de volver ya sobre mis pasos.

Las puertas que entreabres
devuelven a nuestros ojos el esplendor perdido.
Ramas como de plata
                             –árbol de los deseos–
brillando arriba.
Esplendor bajo sus celosías,
                                             luces danzando
sobre las esteras de hierba fresca.
Esplendor en el estanque de lotos.
Así en tu pecho,
                              fuente de néctar
donde hundo mi frente a la mañana.

Ciegos de luz bajo la sombra
contemplamos Aquello
                           sin forma ni figura,
invocamos a Aquello sin nombre.

El sol se pierde tras los árboles.
Rayos oblicuos pasan entre las hojas,
llegan hasta la orilla del estanque,
danzan, danzan
                             sobre el agua.

Claridad absorta en sí misma,
el brillo en tu mirada.
Y en esa luz
                           se cumple todo impulso.

Hemos estado desde siempre
bajo estos pabellones,
y la tersura de la hoja del baniano
                                         habita nuestro tacto.