"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 17 de febrero de 2016
DIANA DEL ÁNGEL
III
Estabas
lleno de árbol
desde la mirada oscura
hasta el sabor de tu piel cetrina.
Tu cabello rebosaba
del olor a las tardes de mi infancia
cuando juntaba las piezas del cielo roto
bajo el naranjo alumbrado de azahares.
De árbol tenías también el modo
de quedarte fijo en medio del bullicio,
o de silbar en la hora más profunda de la noche,
y colmada de su amarga corteza
descendía una cicatriz profunda por tu cuello.
Pero tu lado más arbóreo no era eso,
sino las cuatrocientas voces que en ti anidaban:
los dulces trinos con que amanecías,
el murmullo vespertino de tus caminatas,
y detrás de todos los cantos
ese graznido hiriente
que iba marchitando tu ser.
desde la mirada oscura
hasta el sabor de tu piel cetrina.
Tu cabello rebosaba
del olor a las tardes de mi infancia
cuando juntaba las piezas del cielo roto
bajo el naranjo alumbrado de azahares.
De árbol tenías también el modo
de quedarte fijo en medio del bullicio,
o de silbar en la hora más profunda de la noche,
y colmada de su amarga corteza
descendía una cicatriz profunda por tu cuello.
Pero tu lado más arbóreo no era eso,
sino las cuatrocientas voces que en ti anidaban:
los dulces trinos con que amanecías,
el murmullo vespertino de tus caminatas,
y detrás de todos los cantos
ese graznido hiriente
que iba marchitando tu ser.
De: Maneras de fijar tu sombra
LUIS CERNUDA
Diré
cómo nacisteis, placeres prohibidos,
como nace un deseo sobre torres de espanto,
amenazadores barrotes, hiel descolorida,
noche petrificada a fuerza de puños,
ante todos, incluso el más rebelde,
apto solamente en la vida sin muros.
Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
todo es bueno si deforma un cuerpo;
tu deseo es beber esas hojas lascivas
o dormir en ese agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.
No importa la pureza, los dones que un destino
levantó hacia las aves con manos imperecederas;
no importa la juventud, sueño más que hombre,
la sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
de un régimen caído.
Placeres prohibidos, planetas terrenales,
miembros de mármol con sabor de estío,
jugo de esponjas abandonadas por el mar,
flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Soledades altivas, coronas derribadas,
libertades memorables, manto de juventudes;
quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
es vil como un rey, como sombra de rey
arrastrándose a los pies de la tierra
para conseguir un trozo de vida.
No sabía los límites impuestos,
límites de metal o papel,
ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
adonde no llegan realidades vacías,
leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
Extender entonces la mano
es hallar una montaña que prohíbe,
un bosque impenetrable que niega,
un mar que traga adolescentes rebeldes.
Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
ávidos dientes sin carne todavía,
amenazan abriendo sus torrentes,
de otro lado vosotros, placeres prohibidos,
bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,
tendéis en una mano el misterio.
Sabor que ninguna amargura corrompe,
cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.
como nace un deseo sobre torres de espanto,
amenazadores barrotes, hiel descolorida,
noche petrificada a fuerza de puños,
ante todos, incluso el más rebelde,
apto solamente en la vida sin muros.
Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
todo es bueno si deforma un cuerpo;
tu deseo es beber esas hojas lascivas
o dormir en ese agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.
No importa la pureza, los dones que un destino
levantó hacia las aves con manos imperecederas;
no importa la juventud, sueño más que hombre,
la sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
de un régimen caído.
Placeres prohibidos, planetas terrenales,
miembros de mármol con sabor de estío,
jugo de esponjas abandonadas por el mar,
flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Soledades altivas, coronas derribadas,
libertades memorables, manto de juventudes;
quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
es vil como un rey, como sombra de rey
arrastrándose a los pies de la tierra
para conseguir un trozo de vida.
No sabía los límites impuestos,
límites de metal o papel,
ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
adonde no llegan realidades vacías,
leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
Extender entonces la mano
es hallar una montaña que prohíbe,
un bosque impenetrable que niega,
un mar que traga adolescentes rebeldes.
Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
ávidos dientes sin carne todavía,
amenazan abriendo sus torrentes,
de otro lado vosotros, placeres prohibidos,
bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,
tendéis en una mano el misterio.
Sabor que ninguna amargura corrompe,
cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.
Abajo
estatuas anónimas,
sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
una chispa de aquellos placeres
brilla en la hora vengativa.
su fulgor puede destruir vuestro mundo.
sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
una chispa de aquellos placeres
brilla en la hora vengativa.
su fulgor puede destruir vuestro mundo.
BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO
Me
borré el doctor
hace mucho tiempo.
Borré la inicial
de mi nombre feo.
No quiero ser nada
ni malo ni bueno.
Un pájaro pardo
perdido en el viento.
hace mucho tiempo.
Borré la inicial
de mi nombre feo.
No quiero ser nada
ni malo ni bueno.
Un pájaro pardo
perdido en el viento.
GLORIA SANDIRA CASTRO SALAZAR
No me
salves
Soy como un viejo loco sentenciado a muerte,
con las manos entre el cielo y el infierno,
isla de tibio dolor,
calmado oleaje de mi tempestad;
y pensar que fui un rey y reina,
bufón de mi propia corte,
dios jorobado y taciturno,
suave espada desenvainada,
sin filo, sin alma,
bestia de cola alargada y ojos de papiro;
Aun así, no me salves,
puesto que mis días no lo son más,
mis glorias, mi malabares estrepitosos,
mi piel sensible y temblorosa,
todo aquello que maldijo mi semilla,
todo se irá conmigo;
no me salves.
LIVIO RAMÍREZ
Los
amantes
Descendientes
del fuego
los
amantes son niños salvajes
ferocísimos
seres
que
no atacan a nadie
descendientes
del fuego
no
miran
no
tienen sentido de la distancia
se
precipitan an sí mismos
de
ceguera y fulgor están armados
II
Estás
desnuda;
La
tierra olvida su ballet
nada
se mueve
nada
existe:
solamente
tu cuerpo
ante
mi ojo de cíclope hechizado:
eres
una
sed extendida de los pies a la frente
desde
ti
una
primavera furiosa nos reclama:
III
Iluminas
la noche con tus senos
cuerpo
como la vida.
A
fuego lento
ardes
para
que yo te encuentre.
Tendida
extendida
eres
la tierra abierta:
IV
Es el
verano que ama el cuerpo de la noche
sonríes
con
dulcísimos relámpagos
el
solo sueña extendido
sobre
tus hombros de cristal
estás
viva
es
humana la luz
el
tiempo te obedece
en tu
rostro resplandece mi vida
bajo
mis manos creces
tu
esplendor te desborda
la
estación cabe en tus pechos
fiera
de insomnio
el
mar vigila
el
curso de tu sueño
todo
fulgor del día mana de tus cabellos
el
árbol del deseo
extiende
tus oleajes
isla
blanca tu espalda
vía
láctea tu cuerpo
háblame
con tus labios maduros
háblame
destruye
dulcemente
el
espacio que odiamos
pronuncia
esa palabra que me saca el tiempo.
De: Descendientes del fuego
GERARDO DIEGO
Posesión
Fue una tarde de enero. Mi entereza
de cántabro se defendía, encastillaba.
Mis amigos pensaban persuadirme,
no conocían aún la irrebatible
casta de mi carácter. Insistían,
razonaban volvían, apremiaban.
Yo, numantino.
Y por dentro un supliciado.
No poder ser, Dios mío, como ellos.
Los comprendía. Y ellos a mí, no.
Y para hacerles ver que era verdad
la mía, hube de volverme niño
y dejar que asomaran a mis ojos
unas lágrimas de hombre.
Entonces comprendieron. Y callaron.
Yo salí a la calle, al paseo, aprisa, aprisa,
al campo, a la sagrada libertad.
Empezaba a llover, gotas menudas,
hijas de las nieves.
Qué caricia de besos en mi frente.
Qué hora feliz, yo absuelto,
perdonado.
Aquel domingo decisivo
tomé posesión, no de un cargo,
de mi vida modesta, transparente.
Fue una tarde de enero. Mi entereza
de cántabro se defendía, encastillaba.
Mis amigos pensaban persuadirme,
no conocían aún la irrebatible
casta de mi carácter. Insistían,
razonaban volvían, apremiaban.
Yo, numantino.
Y por dentro un supliciado.
No poder ser, Dios mío, como ellos.
Los comprendía. Y ellos a mí, no.
Y para hacerles ver que era verdad
la mía, hube de volverme niño
y dejar que asomaran a mis ojos
unas lágrimas de hombre.
Entonces comprendieron. Y callaron.
Yo salí a la calle, al paseo, aprisa, aprisa,
al campo, a la sagrada libertad.
Empezaba a llover, gotas menudas,
hijas de las nieves.
Qué caricia de besos en mi frente.
Qué hora feliz, yo absuelto,
perdonado.
Aquel domingo decisivo
tomé posesión, no de un cargo,
de mi vida modesta, transparente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)