miércoles, 17 de febrero de 2016

DIANA DEL ÁNGEL




III



Estabas lleno de árbol
desde la mirada oscura
hasta el sabor de tu piel cetrina.
Tu cabello rebosaba
del olor a las tardes de mi infancia
cuando juntaba las piezas del cielo roto
bajo el naranjo alumbrado de azahares.
De árbol tenías también el modo
de quedarte fijo en medio del bullicio,
o de silbar en la hora más profunda de la noche,
y colmada de su amarga corteza
descendía una cicatriz profunda por tu cuello.
Pero tu lado más arbóreo no era eso,
sino las cuatrocientas voces que en ti anidaban:
los dulces trinos con que amanecías,
el murmullo vespertino de tus caminatas,
y detrás de todos los cantos
ese graznido hiriente
que iba marchitando tu ser.


De: Maneras de fijar tu sombra



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