sábado, 17 de septiembre de 2016


FRANCISCO JAVIER IRAZOKI




Los hombres intermitentes



Amé, fui rechazado y desaparecí.
Me abandonó una mujer que, conforme se despedía, borraba mi cuerpo. Su ausencia me volvió invisible. Acudí al trabajo, donde hice las tareas de costumbre, pero nadie pudo notar mi presencia; entré sin ser visto en los lugares concurridos de siempre. Ningún familiar o conocido sufriría por perderme, porque también mi pasado se evaporó en sus recuerdos. Encontraron mi imagen en los álbumes y sólo distinguieron un fondo de vegetación indefinida. Los amigos se acercaron a mí como si atendieran a un bloque de aire.
Mi sufrimiento se apretó en una ráfaga con que tocaba a quienes me habían acompañado antes del eclipse. La soledad era pasar por debajo de aquellas ropas.
Años más tarde, quise a otra mujer. Ella retuvo el soplo del que surgieron dos brazos y piernas, unos labios pegados a los suyos. Saqué mis zapatos escondidos detrás de los arbustos, y regresé despacio a las fotografías. Y, cordiales, todos nos miramos envejecidos con naturalidad.


De: “Los hombres intermitentes”



ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO



  
Tenía una guitarra



Tenía una guitarra
cansada, ya sin cuerdas.
Decía sus canciones
con la ronca madera.
Yo le pedía flores
azules que me diera.
Ella, resquebrajado
su sueño de madera,
con lágrimas mojaba
mis manos ¡tan pequeñas!
Alrededor volaban
palomas de madera.
 



ANDRÉS MOREIRA

  


Otro texto para celebrar tus senos

A Merari Rivas



Se posan en mis labios
y tus botones retan a mi lengua
en un vaivén de santos andariegos
¡esos es!
son santos cálices de náca
que sostienen tu cuello
se refractan en ríos puestos de pie como reverentes
carnados mis dientes pierden filo.



CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE




Procura de la poesía



No hagas versos sobre acontecimientos.
No hay creación ni muerte ante la poesía.
Frente a ella la vida es un solo estático,
no calienta ni ilumina.
Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales no cuentan.
No hagas poesía con el cuerpo,
ese excelente, completo y confortable cuerpo, tan enemigo de la efusión lírica.
Tu gota de bilis, tu máscara de gozo o de dolor en lo oscuro son indiferentes.
Ni me reveles tus sentimientos,
que se prevalecen del equívoco y tientan el largo viaje.
Lo que piensas o sientes, eso aún no es poesía.

No cantes a tu ciudad, déjala en paz.
El canto no es el movimiento de las máquinas ni el secreto de las  casas.
No es la música oída de paso; rumor del mar en las calles junto a la línea de espuma.
El canto no es la naturaleza
ni los hombres en sociedad.
Para él, lluvia y noche, fatiga y esperanza, nada significan.
La poesía (no extraigas poesía de las cosas)
elude sujeto y objeto.

No dramatices, no invoques,
no indagues. No pierdas tiempo en mentir.
No te aborrezcas.
Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,
vuestras mazurcas y supersticiones, vuestros esqueletos de familia,
desaparecen en la curva del tiempo, son inservibles.

No recompongas
tu sepultada y melancólica infancia.
No osciles entre el espejo y la
memoria en disipación.
Que se disipó, no era poesía.
Que se partió, cristal no era.

Penetra sordamente en el reino de las palabras.
Allá están los poemas que esperan ser escritos.
Están paralizados, mas no hay desesperación,
hay calma y frescura en la superficie intacta.
Helos allí solos y mudos, en estado de diccionario.
Convive con tus poemas, antes de escribirlos.
Ten paciencia, si oscuros. Calma, si te provocan.

Espera que cada uno se realice y consuma
con su poder de palabra
y su poder de silencio.
No fuerces al poema a desprenderse del limbo.
No recojas en el suelo el poema que se perdió.
No adules al poema. Acéptalo
como él aceptará su forma definitiva y concretada
en el espacio.

Acércate y contempla las palabras.
Cada una
tiene mil fases secretas sobre la neutra faz
y te pregunta, sin interés por la respuesta,
pobre o terrible, que le des:
¿Trajiste la llave?

Repara:
yermas de melodía y de concepto,
ellas se refugian en la noche, las palabras.
Aún húmedas e impregnadas de sueño
rolan en un río difícil y se transforman en desprecio.



Versión de Manuel Graña Etcheverry
  

DENNIS ÁVILA




Los niños del Dr. Hell



Trazábamos una circunferencia.

En el centro, como la marca de un compás,
hacíamos el agujero
donde metíamos las canicas
que el vencedor se llevaba a casa.

Los grandes odiaban
que un niño más pequeño ganara;
me echaban tierra en los ojos
y atacaban como cuervos.

De aquella nube de polvo
surgía la respiración de mi hermano,
el gordo más ágil del barrio.

Todavía tengo en mi corazón
su voz de niño diciendo malas palabras.

Amaba su heroísmo:
esa necesidad de salvar mi honor
y el de la familia.

Mis piernas dejaban de temblar
y me lanzaban a la pelea
para justificar mi sangre en la nariz.

Pero de los dos, él era Mazinger Z.

Solo mi hermano pudo derrotar
a los monstruos mejor armados
de nuestra niñez.



MARÍA SANZ




Junio



Y llegará el verano.
Yo sé que va a llegar,
con su espejismo
de nieve atravesando mis desiertos.
Será un verano umbroso,
con sol agonizante,
cuyos rayos
abrazarán la antigua
figura de quien tuvo
vientos para azotar múltiples alas,
pero que se estremece
al ver su tempestad a ras de tierra.
Verano
más cerca de la vida
que del tiempo.
¿Habrá espigas que doren su llegada?