Los
hombres intermitentes
Amé,
fui rechazado y desaparecí.
Me
abandonó una mujer que, conforme se despedía, borraba mi cuerpo. Su ausencia me
volvió invisible. Acudí al trabajo, donde hice las tareas de costumbre, pero nadie
pudo notar mi presencia; entré sin ser visto en los lugares concurridos de
siempre. Ningún familiar o conocido sufriría por perderme, porque también mi
pasado se evaporó en sus recuerdos. Encontraron mi imagen en los álbumes y sólo
distinguieron un fondo de vegetación indefinida. Los amigos se acercaron a mí
como si atendieran a un bloque de aire.
Mi
sufrimiento se apretó en una ráfaga con que tocaba a quienes me habían
acompañado antes del eclipse. La soledad era pasar por debajo de aquellas
ropas.
Años
más tarde, quise a otra mujer. Ella retuvo el soplo del que surgieron dos
brazos y piernas, unos labios pegados a los suyos. Saqué mis zapatos escondidos
detrás de los arbustos, y regresé despacio a las fotografías. Y, cordiales,
todos nos miramos envejecidos con naturalidad.
De: “Los hombres intermitentes”
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