lunes, 16 de enero de 2017


ARMANDO ROA VIAL




4

¿CON CUAL DE TODOS MIS AMORES
habré de sobornar a la muerte?
La carne trama y conspira
desde lo hondo: la flema,
el grumo atiborrado de grasa,
el furor del polvo por volver al polvo.
¿Con cuál de todas mis herrumbres
habré de oxidarle la guadaña?


De: Zarabanda de la Muerte Oscura


BLANCA SANDINO




Mercuriocromo (el color del infinito)





Como una herida mal cicatrizada vives en mí.
Como una herida mal cicatrizada.
Como una herida.
MercuroCromo (el color delinfinito)


II 


Me preguntaste cuál era el problema
y me detuve. ¿Cómo podía explicar que había doblado
el paisaje como una hoja de papel,
y que desteñido por la lluvia
se había convertido en un borrón
lleno de mariposas muertas? Te sentirías culpable.


III 


Tu ausencia curva mis brazos
como el silencioso azul de Marzo
como mis criaturas del rocío
como mis pasos en la niebla
como mis pasos niños
como tus pasos cuando te alejas.


IV 


En alguna parte de ese círculo que soy
y recorre mi sangre (a veces con desgana)
se ocultan presagios oscuros como el carbón de hulla.
Trémolos, y cuando me pronuncias
-trémolo-
carbón al rojo vivo.




Cierro los ojos al roce (tierno desamparo)
de tu recuerdo en mi alma. Él apaga, estoy segura,
los ecos de tu voz cuando me duermo.
Gris, pienso, gris. Juan Gris, para inmortalizar
este momento, y siento mi alma volviéndose pincel.
Pincel enseñado por tus manos
para pintar infinitos azulmente infinitos.
Mis Infinitos,
mis azulmente infinitos.


VI 


¿Sabes?, en algún lugar entre el cielo y la tierra
nuestras almas continúan conversaciones interrumpidas.
¿Qué es la distancia
sino una palabra?


VII 


Las aceras, bajo las casas, se sueñan paseadas:
suéñate alma mía, suéñate.


VIII 


Lo sé, me lo has dicho con frecuencia: no cambio.
Dices que nunca dejaré de ser una niña
agarrada a sus juegues, a sus nimiedades.
Por eso sigo guardando en mis bolsillos
objetos sin valor: arena, cristales de colores, conchas,
palabras cuyos significados desconozco,
y también un «tequiero» para cuando se te pase el enfado;
no puedo darte la razón en todo:
no es una nimiedad, te lo aseguro, sentirse viva.
Sentirse viva entre tus brazos.


IX 


Cuando los párpados caen sobre los ojos
descorren aquel tiempo en que nada era
y el hombre, como un dios,
re-crea la luz en medio de su sueño.
Se hace la luz.
Algo me dice que debería cambiar las dudas por certezas.




La venda se me antoja paisaje nevado.
Sobre él hay una lucha encarnizada.
Finalmente el sol lo tiñe de rojo.
No, no es mágica mi sangre. ¿O sí?


XI 


Aparta de mí, me digo, me recuerdas a Judas:
siempre mojando tu pan en mi plato
para después traicionarme cuando escribo.
Intuición.


XII 


Darme la vuelta a mi mundo
por recalar en aquellos mis puertos preferidos.
De la noche, a la marea baja,
al alba de mí en ti,
sólo un paso: atracar. «Atracar de puntas y con muerto».


XIII 


La imagen se difumina
deja de ser exactamente tú.
Entonces me arropo con mi única certeza:
tu voz sobre las otras.
Cenit.


XIV
¿No existe inubicado? Pues así es como me siento
vestida con mi desganada piel
de hacer lo acostumbrado.


XV 


Ya sé por qué escribo.
Si no existieses,
te crearía, y tú serías mi protagonista principal.


XVI 


Sobre un mundo en cenizas, amor,
me enseñaron tus ojos a
elevarme hasta el conjuro del ser y la palabra.
MercuroCromo (el color del infinito).




CARLOS BARRAL




Kvinorgarden*   (Predio de las mujeres)



Bien, llévame si quieres al jardín de la Reina;
veré el verde maltrecho por las nieves tardías
y el furuoso brotar de las flores salvajes
y los tallos turgentes que quieren ser mordidos
y a Pomona en la cumbre carmín de una avenida,
con cuervos en los hombros, y una excedra sin nadie.

Mas dime si habrá gente, si habrá por los caminos
altos viejos sin sombra y niños relucientes,
si músicos ociosos con grandes volantines
y amantes de domingo, y si muchachas
tendidas en la yerba, discretamente a solas
con este sol extraño de dedos tan ligeros.

Porque ante todo vine para ver si los cuerpos
eran como los cuentan.
Si los pezones puros como puntas de pica
y los muslos morosos como fiesta
campestre desde el alba,
y la espalda de concha iridiscente
y altas las nalgas como en los sueños,
ríos
        de piel resuelta, mansa vía
de gentes que no penan por sus formas
de animales enhiestos y lampiños,
y comparan su vello anaranjado
y aprecian lo distinto y que se ríen
del paisaje menudo de los pliegues
inguinales,
                   tan blando y tan exacto,
y se ungen la piel unos a otros
y se acarician con los abedules.

Dime si es cierto y di si podré verlo
y si podré ocultar mis gestos sin despacio
y no sospecharán que les espío
ni habrán de sentir miedo de mis ojos abiertos
llenos de blancas sombras y rincones obscuros

Y si me sonriesen, di, ¿qué haría?
con las manos tenaces, envaradas,
sin ni siquiera un libro en que enterrar los dedos.

Di si debo aceptar el trébol que me ofrezcan
vulgar y de tres hojas, como en los campos míos.

* Un imaginario parque Estocolmés.


MARISA LEÓN




Confundida entre azabaches



Confundida entre azabaches
de leños, bosques, madreselvas

surcando el viento contra el miedo
si acaso tardase cernir el polvo de esta piel
pétalo a pétalo de serpientes

buscando la medicina de Gaia
en los ojos de las sombras, de caracolas
en los sarcófagos de la Luna

mordiendo este mar de jaspe africano
verde y magenta, de sangre de dragos
enamorada de cielos grises en cascadas de lágrimas

ya, sin vergüenza por cada muerte de mis espirales
con la espada de legiones de pieles renacidas.

El sueño siempre es un bucle
eternidad de una llama diminuta, cualquier estrella
para equilibrar tanta brasa de silencios.





ÁNGELA VALLE




Historia nuestra



Tú eras un niño aún, yo te ignoraba.
Las calles ciudadanas te miraron
Crecer vendiendo diarios. La mañana
En tu vida no fue una sonrisa.

Tus pies se apresuraban diariamente
Y tus manos supieron del conteo
De las monedas de todas las gentes.
La ciudad absorbía tu voceo.

El frió tajante de noviembre abría
Tus carnes infantiles, poco a poco,
Con su sadismo innato y tú, inocente,
Soportabas la angustia y sonreías.

Tú eras niño aún. Yo te ignoraba.
Tú vendías los diarios con mis versos.
Como quien dice, tú vendías mis sueños
Y mi goteante sangre, sin saberlo.

Tú aprendiste en la escuela de la vida
Lo que jamás nos enseñan los libros
Y guardaste en tu alma ese tesoro
Del sentir que te habita y te hace bueno.

Té eras pequeño entonces. Yo escribía…
Escribía y soñaba y te esperaba
Sin saber que eras tú. Entre las espinas
Fui dejando el ropaje de mis cuitas.

Y hoy te llegas a mi fuerte y sincero,
Con tu mirar lumínico me encierras,
En un halo de dicha a ti me llevas,
Me traes la sonrisa, el sol, los sueños…



MARÍA GERMANÁ MATTA




Súplica

Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo
Raquel Lanseros



A veces conviene fustigar el interior
con una lanza
hacer cosquillas al caleidoscopio
de la insensibilidad

llamar a gritos
a los truenos
de la urgencia

humedecer los ojos
con la hierba silvestre
que se aferra
a la vida
e invocar al vestigio
para la renovación 
de los obstáculos

desterrar al insomnio
de su camisón de tinieblas
al pelo estrangulado
en la derrota

taponar con caricias
los agujeros ocultos
de la carne
y sus predicciones
de sequía

siempre hay música
tabaleándose al inicio
de cada estación
y una flor silvestre
para el tacto restringido
de tus manos

afuera en las calles
hay movimiento
multitudes que generan caos
pero también algún fragmento
de euforia en sus miradas

regar con gotas de lluvia
ese jardín oculto tan tuyo
e inventar una premisa
con violetas
y un grito que encienda
el terror de la ceniza.