viernes, 28 de febrero de 2025


 

TOMAS TRANSTRÖMER

 


 

El silencio gris.
Pasa, azul, el gigante.
La brisa del mar.

 

Versión de Roberto Mascaró

 

YAMAGUSHI SODO

 

 

 

Esta primavera en mi cabaña
Absolutamente nada
Absolutamente todo

 

EDDA ARMAS

 

  

 

Elegir confronta  

En tus labios se forman palabras desconocidas
y lo invisible gira en torno a ti suavemente.
Antonio Gamoneda

 

 

 

Tal vez toque elegir entre el viso de los labios
al hablar o el silencio que los sella,
para que los malos entendidos cesen.
Los desencuentros son armas fatales.
Peor que tragar la raíz de la mandrágora
es la opacidad del alma que no se comunica.
Carnero blanco al comparecer en el juicio
de nuestras angustias,
confrontados sin la certeza de la oreja que escucha.
Irremediable atasco de crueles preguntas,
que la desconfianza y la incertidumbre
arrastran, instalan, perpetúan.
Elegir confronta,
y sé, que de estar aquí, fueses tú, estrategia.
Quién las extendería sin rabia con soluciones,
apaciguándolas, en el blanco estar.

 

De: “Fruta hendida”

 

 

MARGARET ATWOOD

 

 


Ella piensa en dejarlo

 

 

Cambiarme a mí
misma sería más fácil
que cambiarte a ti

podría crearme corteza y
convertirme en arbusto

o volver atrás en el tiempo
a la imagen de una mujer
en la cueva de piedra, el vientre
ahogado en un bulbo de fertilidad,
la cara una pequeña perla, un
grumo, reina de las termitas

o (mejor) dar un salto,
esconderme entre los nudillos
y los velos venosos y morados de viejas damas,
volverme artrítica y refinada

o todavía otra vuelta más:
caigo a lo largo de tu
cama aferrándome a mi corazón
y cubro con una sábana de nostalgia
mi sonrisa lustrada de adiós

que acaso sea inoportuna
pero definitiva.

 

 

De: “Posturas políticas”

Versión de Edgardo Dobry

 

VICENTE ESPINEL

 

  

 

Osando temo, estoy helado y ardo

 

 

Osando temo, estoy helado y ardo,
busco la paz, siguiendo la discordia
soyme contrario, y hallo en mí concordia,
y cuando más me animo, me acobardo.

De lo que emprendo me retiro, y guardo,
y hallo en el rigor misericordia
concierto, y soy la Diosa de discordia,
presuroso a mi mal, y a mi bien tardo.

Fue de elementos el principio mío
más de agua y tierra, que de fuego, y viento,
y agora en fuego me convierte el uso:

Mas aunque ardiente fuego un hielo frío
en mis entrañas engendrarse siento:
¿qué fuego es éste, o qué temor confuso?

 

 

FRANÇOIS VILLON

 

  

 

Balada de los proverbios

 


Tanto se rasca la cabra, que se daña;
tanto va el cántaro a la fuente, que se rompe;
tanto se calienta el hierro, que se pone al rojo;
tanto se golpea, que se parte;
tanto vale el hombre, cuanto se le precia,
tanto se aleja, que lo olvidan,
tan malo es, que se le desprecia,
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto habla uno, que se contradice;
tanto vale buena fama como un favor obtenido;
tanto promete uno, que se desdice;
tanto se suplica, que la cosa se adquiere,
tanto es más querida, cuanto es más buscada,
tanto se busca, que se encuentra,
tanto es más frecuente, cuanto menos deseado,
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto se quiere al perro, que se le da de comer;
tanto corre la canción, que la aprenden;
tanto se guarda la fruta, que se pudre;
tanto sé hostiga una plaza, que es conquistada;
tanto se tarda, que fracasa la empresa;
tanto se precipita, que sobreviene un mal;
tanto se aprieta, que cae la presa,
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto se bromea, que ya no se causa risa;
tanto se gasta, que no se tiene camisa;
tanto es uno generoso, que todo se lo gasta;
tanto vale toma, como una cosa prometida;
tanto se ama a Dios, que se sigue a la Iglesia;
tanto se da, que conviene pedir prestado;
tanto se vuelve el viento, que se hace cierzo;
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Príncipe, tanto vive loco, que sana,
tanto va, que al fin vuelve,
tanto se le golpea, que muda de parecer,
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

 

jueves, 27 de febrero de 2025


 

TOMAS TRANSTRÖMER

 


 

Bosque asombroso:
Dios sin dinero vive.
Claras murallas.

 

Versión de Roberto Mascaró

 

 

WATANABE HAKUSEN

 

 


 

 

Anoche cubrí
mis hijos dormidos
y el ruido del mar.

 

 

EDDA ARMAS

 

 


Celaje naranja

 

 

Pertenezco a la tribu de los que escuchan
en el celaje naranja las llaves del misterio,
resonancias entre el objeto y la palabra
con el lazo simple de lo que espuma
en los espacios blancos de la página.
Algo vuela y cae en tierra, auscultadas
las mínimas sonoridades entre las grietas.
Reconocerse es trabajo silencioso en soledad.
El celaje atraviesa la concavidad del cielo
abanicando salvajes naranjas y turquesas
arenas oro en la rugosidad del césped,
donde meditas y alzas la mirada bien arriba,
mientras rebuscas en los fondos de memoria
rastros de rostros
puntas de lo poco quieto
los focos percutantes del deseo
la voz del padre
a la hora del grillo.

 

 

De: “Fruta hendida”

 

MARGARET ATWOOD

 

 


Él, visto por última vez

 


1
Caminas hacia mí
cargando una nueva muerte
que es mía, de nadie más;

Tu cara es plateada
y chata, escamada como un pez

La muerte que me traes
es redondeada, tiene forma
de pomo o de luna
encerrada en un pisapapeles

Dentro, nieve y letales
copos de oro caen sin cesar
sobre un decorado de paisaje,
un hombre y una mujer corren de la mano.

 

 

2
Nada de lo que haga te detendrá,
nada
hará que llegues más temprano

Con aire serio, traes regalos,
pones un pie
delante del otro

Durante semanas y meses, a través
de las rocas, desde
los hoyos y las profundas
noches sin estrellas en el mar

hacia suelo firme y seguro.

 

 

De: “Posturas políticas”

Versión de Edgardo Dobry

 

VICENTE ESPINEL

 

 

 

Egloga de Liseo

 

 

Al tiempo que la clara luz hermosa
de oscuridad destierra el accidente,
y las doradas flores
esparcen por el campo mil olores,
el blanco lirio, y la purpúrea rosa,
el aura fresca lleva blandamente
los acentos suaves
de las parleras aves,
junto a un arroyo sosegado, y lento
todo recibe general contento
con el rocío de la blanca aurora,
solo Liseo llora
con tal tristeza, y encendido llanto,
que a la más tibia, y más cruel pastora
enterneciera, o la moviera a espanto.

Luz de mi alma, a quién ausente adoro,
y por quien me da vida la memoria
con la esperanza triste,
que en la imaginación sola consiste,
¿Quién mirará los crespos lazos de oro
que un tiempo fueron de mi infierno, gloria,
y el estrellado cielo,
adonde sin recelo
tocó mil veces mi atrevida mano,
y el angélico rostro soberano
de fatigado espíritu reposo?
¿Quién será tan dichoso,
que ver merezca el cristalino pecho,
y el divino semblante milagroso,
por quien en vivo llanto estoy deshecho?

¿Quién tocará la alabastrina, y pura
mano, principio de la muerte mía?
La sonorosa, y clara
voz con la lengua en ecelencia rara,
que con gobierno, y celestial cordura
hiere el aire en dulcísima armonía,
¿a quién habla, y responde?
¿O en qué cielo se esconde.
quién tuvo mis orejas tan suspensas?
Célida mía, ¿En qué ejercicio piensas
que se entretiene el alma de tu amante,
sino en poner delante
estas reliquias de memoria amarga,
para que a veces llore, a veces cante
de tu belleza, y mi pasión tan larga?

Del punto en que comienza el sacro Apolo
a dar color con su presencia al mundo,
y las flores matiza
del carmín, jalde, y de la azul ceniza,
con mis pasiones miserable, y solo
comienzo yo con un pensar profundo,
a imaginar, si acaso
del fuego, en que me abraso
te acordarás, y desta ausencia avara:
¡Ay dulce España, ay dulce patria cara!
Con estas cosas me macero, y canso,
pero luego descanso
con fingirme, que gozo en tu presencia
del regalado trato, afable, y manso,
que dio salud a mi mortal dolencia.

Luego me sobreviene un pensamiento
contrario, que me arroja al hondo abismo,
que en tu gloria serena
no hay accidentes de tormento, y pena,
quiero decir, que en quien el firmamento
repartió tanta parte de sí mismo,
es razón que no entienda
mudanza de tormenta,
el aspereza de calor, ni invierno;
con esto vuelto al sentimiento tierno,
yo mismo a nuevas muertes me sentencio,
porque luego el silencio
de la espantosa noche le sucede,
do en sólo el padecer me diferencio,
no en más ni menos, porque ser no puede.

En un instante con pensar me alegro,
que el rigor, y aspereza de Saturno
será menos esquiva
con la memoria de tu imagen viva,
que cuando viene el velo oscuro, y negro
se representa en el callar nocturno,
y más viva parece:
Tras esto se me ofrece
aquella noche tan serena, y clara,
en que el lucero ardiente de tu cara
dio luz al mundo por oír mi canto,
y no te lo levanto,
que oyendo mi zampoña, y verso rudo
el de Tracia dijiste, que en su tanto
pudiera estar en mi presencia mudo.

Mas no puedo durar en este engaño
tanto, que aplaque mi furor su fuerza,
porque luego revuelve
el cuidado, que en nada se resuelve,
y mostrándome al ojo el desengaño
el claro devaneo allí me fuerza,
a desear de nuevo
la luz, con quien me elevo
oyendo el murmurar del claro arroyo,
donde las lamentables quejas oigo
del ruiseñor, y la calandria un poco,
a lagua, y hierba toco,
por ver si amansa mi encendida fragua,
mas son extremos, y pensar de loco,
que deste fuego, no es contraria el agua,

Pero con todo un poco me entretengo
con estos sauces, la frescura, y sombra
de tan diversa hierba
como naturaleza aquí conserva,
y en grande admiración de todo vengo:
De flores veo una bordada alfombra,
y el argentado, y puro
cielo jamás oscuro
alegremente el suelo ruciando,
los pajarillos a su son cantando
los verdes ramos, que menea el aire
al descuido, y desgaire
mírolo, y digo; a tan dichoso suelo,
aquella gracia, y celestial donaire
de mi señora lo tornará en cielo.

Esta es la vida, y miserable estado,
en que la ausencia por mi mal me ha puesto
de todo bien desnudo
el vivir puesto ya en el punto crudo,
do con la muerte me será forzado
abrazarme dejando todo el resto,
y a mi mal escondido
en el profundo olvido
por ser mi muerte en ocasión tan alta.
Célida mía, ya el vigor me falta,
otro nuevo tormento me recrece,
adiós, que ya se ofrece
el último remate a mi porfía,
y el aliento vital me desfallece,
adiós, señora, adiós Célida mía.

Adelante pasara el pobre mozo
con su cantar, si una mortal congoja,
que la virtud le mengua
no le trabara el corazón, y lengua,
que arrojando del pecho un gran sollozo
cayó en el suelo, y el aliento afloja,
hasta que dos amigos
de su pasión testigos
espantados del grave, y triste agüero
llorando al casi muerto compañero
en hombros a su choza lo llevaron,
donde le sepultaron
entre jazmines, rosas, y amaranto,
hasta que las congojas le dejaron,
y vuelto en sí, torno a su usado llanto.

 

 

CLARA CHACÓN

 

 

 

Vomito

 

 

Intento encajar en el sistema. Estoy atrapada en el sistema. Como ser sociable. Como persona. Como mujer. Como la que se libera y es juzgada por promiscua. Puta. La que va demasiado tapada y no folla la primera noche. Siesa. Mojigata. Te enseño las tetas. Intento encajar en tu sistema patriarcal. En tu sistema familiar. En tu sistema social. No cuadro en las piezas de esta esclavitud de la imagen y el canon establecido. Vomito. Vomito palabras. Me meto los dedos hasta arrastrar los introyectos al váter. Escupo todas las veces que me dijeron «callada estás más guapa» o «te sobran unos kilos para ser actriz». Me sumerjo en toda la mierda que me hicieron tragar de pequeña las revistas, las películas, las canciones de amor, y la saco fuera. Me atiborré de prejuicios para después tener que esconderlos en los bolsillos del chándal unifor­mado del colegio, envueltos en una servilleta. Me meto los dedos para no escucharos más, para no entrar nunca más en vuestra rueda. Vomito de nuevo. He tenido encuentros más íntimos con los árboles que contigo. Vomito. Pero todavía no estoy limpia por dentro.

 

 

De. “Lo que quedará mañana”

 

 

miércoles, 26 de febrero de 2025


 

TOMAS TRANSTRÖMER

 


 

Un soplo duro
atraviesa la casa:
son los demonios.

 

Versión de Roberto Mascaró

 

ANNE CARSON

  

 

Ella

 

 

Vive sola en un brezal al norte.
Ella vive sola.
La primavera se abre como una cuchilla allí.

Yo viajo en trenes todo el día y llevo muchos libros –
unos para mi madre, algunos para mí
que incluyen Las obras completas de Emily Brontë.
Es mi autora favorita.

También mi principal temor, al que trato de enfrentarme.
Cada vez que visito a mi madre
siento que me convierto en Emily Brontë,
mi vida solitaria a mi alrededor como un páramo,
mi torpe cuerpo recortándose sobre los barrizales con una apariencia de transformación
que muere cuando atravieso la puerta de la cocina.

¿Qué cuerpo es ese, Emily, que nosotras necesitamos?

 

 

RICARDO CARBALLO

 

 

 

Maniquí negra



Un sol nocturno bruñó con su óleo tus largas piernas.
Donde el hueso se junta a la piel, brilla con blancura de acero.
Tu risa de granizo repica en el pandero de la luna,
que exhala la música tejida por la dulzura de tus pies.
Cisne sombrío que resbala por las teclas de un lago dormido.
Hogueras de tinieblas, mujer de humo y sueño, que brotas
con el misterio enrollado a tu regazo, boa de ondulantes anillos;
con el amor ceñido a tus caderas, velo de tibio rugir;
con el paraíso echado sobre tus ropas, estola de florido fuego.
Tu madre aúlla en la selva -nidos de muertos en los árboles-
mientras caen las granadas alrededor de su choza.
Tu hermana grita en el asfalto -las pancartas caídas, los perros-
mientras los gases lacrimógenos hinchan sus párpados.
Tu prima de la Manigua agita los pechos locos
mientras canta la rumba de ronca voz.
tu cuñada de la sabana estremece la grupa
picada por el tábano del tam-tam.
Todas son estruendo y relámpago, cohetes de amor y dolor.
Pero tú sólo resbalas en silencio, das vuelta y te mueves
con líquido avanzar,
lujosísimo tulipán para la fiesta del dorado jardín.

 

 

JESÚS HILARIO TUNDIDOR

 

 

 

Epístola a Rafael Alberti

 

 

Desde una tierra donde
España yace como
en siglos arropada injustamente y dormida.
Bajo mi juventud
de potro y hombre
triste, Alberti, amigo, compañero en la orilla
de la esperanza, oh, bajo
mi corazón te nombro
este silencio y esta durísima ceniza
de la patria:
¿Quién puso
la palabra comercio, o sangre, o muerte, unida
a la niñez? ¿ Quién hizo
el miedo por las calles,
quién despojo la limpia
ternura de los niños? Porque recuerdo ahora
de qué color la vida
se ponía en la tarde,
cómo calzaba a nuestros sueños, cómo
los crecimientos iban
sin luz. Era terrible.
De repente y sin más, igual que un agua fría
nos cayó la tristeza,
para siempre, varones
acosados sin lágrimas, perdida
la fe, perdida
nuestra generación de larga espera.

Acuso hoy como un hombre que tiene
el pecho en alto y un viento verde atiza
sus espaldas. ¿Qué rasa
atardecida
nos abrirá los puentes del silencio, querrá darnos
la voz, la juventud, el aire
claro y la alegría
humilde? Alberti, Alberti,
si vieras las espigas
de la patria, su cielo
azul, el alcotán, el alma
mísera de Castilla, aún tan hermosa,
pero tan apagada y tan vencida…

Tomando la amistad por tu hombro izquierdo
si estuvieses aquí, te llevaría
una mañana al campo
para que vieras las palomas blancas
y grises y zuritas.
Y te hablaría como a un viejo padre
de las cosas sencillas,
a ver si con hablarte y con oírte
lleno de amor, de sueño y metal puro
en el alfar de España amanecía.

 

 

JAROSLAV SEIFERT

 

 

 

El grito de los fantasmas



En vano nos agarramos a las telarañas flotantes
y al alambre de púas.
En vano apoyamos el talón en la tierra
para no dejarnos arrastrar con tanto ímpetu
hacia las tinieblas, que son más negras
que la más negra noche
y carece ya de corona de estrellas.

Y cada día encontramos a alguien
que involuntariamente nos pregunta
sin abrir siquiera la boca:
¿Cuándo? ¿cómo? ¿y qué viene después?

Bailan y danzan aún un poco más
y respiran el aire perfumado,
¡aunque sea con el dogal al cuello!

 

Versión de Clara Janés

 

 

MARIO VEGA

 


 

Los herederos

 

 

Los hijos de la noche,
herederos del día por venir,
ahora somos ángeles caídos.

Suenan en nuestros cráneos los cañones
del nuevo amanecer
y avanzamos calados por la lluvia
de regreso al hogar.
Nosotros no perdimos el Edén,
ni vimos el abismo.

Con la cabeza gacha
el padre nos espera en el salón
de alfombra y chimenea,
el desayuno hecho, y aún peor:
la comprensión y en la mirada celos
de tanta rebeldía adolescente.

 

 

De: “La mala conciencia”

 


martes, 25 de febrero de 2025


 

TOMAS TRANSTRÖMER

 

 


 

Blanca y negra,
terca urraca, en zigzag
va por el campo.

 

Versión de Roberto Mascaró

 

ANNE CARSON

 

  

 

Su

Con el propósito de comparar, pongo aquí el texto de una maldición hallada en un listón de plomo

que

mide 8 x 3 cm y está escrito de uno y otro lado y/enrollado y perforado por un clavo/y/

que

fue desenterrado en Boecia; no tiene fecha conocida, quizá sea del siglo cuarto A. C.:

[lado A]

Me uno a Zois de Eretria esposa de Kabeiras ante la Tierra y Hermes a/su forma de comer su forma de beber su forma de dormir su risa su sexo su forma de tocar la lira su forma de entrar en una habitación su placer sus nalguitas sus ojos perspicaces   

[lado B]

y ante Hermes me uno a su andar sus palabras sus manos sus pies su malévola charla su alma entera a todo eso me uno

 

RICARDO CARBALLO

 

 

 

Mujer dormida


 

¿Dormida? ¿Hecha cuajado río o luna?
¿Fuera de ti, pálida voz de la tierra?
¿Labio de mármol que oscuro anhelo calla?
No oso acercar manos que tiemblan
a la desnuda y yerma saudade de tu cuerpo.
Bajo las pestañas no sé qué cabalgadas;
qué perfecci6n de bosques y senderos;
qué bueyes con cuernos de laurel adornados
con pardas muchachas en los lomos florecidas.
O nada, o sólo el negro sueño, olvido;
dos profundos pozos sin eco y sin llegada,
tu frente sin huella un mar de nieve,
el corazón como una estrella acostumbrada.
Y el blanco amor que te cubre, nube,
granizo es ya, que te conserva, nítida,
como una paloma posada más allá del arrullo.
Lejos de ti; amarte, verte de lejos;
la cabellera, mortaja de tu sueño.
En soledad, sin hombres y sin dioses.
Grises peñascos; mazorcas huecas; hiedra.

 

 

CLARA CHACÓN

 

 


A orillas del río rojo



ya no hay sangre que puedan derramar las guerras.
El genocidio se ha quedado exhausto
y las casas vaciadas ya no son amarillas.
A orillas del río rojo hay una mujer que acurruca a su hijo y un padre muerto
y un silencio arrollador que cumple su condena.
La guerra no ha terminado aún.

 

 

JAROSLAV SEIFERT

 

  

 

Pan y rosas



Entre dos polos se tensa el mundo
como la piel del asno.
La vida, entre dos cosas:
pan y rosas.

Se oye el mundo, redoblan los tambores.
Para cosas pequeñas, guerra grande.
Ganador y vencido vuelven a casa.
¿Qué distancia, qué distancia haya casa?

Dos dados, dos palabras maravillosas,
en la corneta de la historia: pan y rosas.
Volver a tocar sobre el tambor volcado
moviendo con violencia la corneta en las manos.

Sobre la piel de asno del tambor de guerra,
para nuestro amor, el hambre y la muerte espera.

 

Versión de Clara Janés

 

 

MARIO VEGA

 

 

 

Tiempo de lo incierto

 


El tiempo en que escribía estas líneas
era el tiempo del hambre,
estaba mal hablar de ello y cuando
uno decía cosas,
esas cosas que todos conocíamos,
se sentía mejor y otros por simpatía
se acercaban sintiéndose también
más justos y más buenos.
pero estaba muy mal —todos sabíamos—
decir aquellas cosas.
Para qué reprobar aquellas voces,
la ajena, la voz propia.
Soltábamos el lastre de las almas
como quien suelta un pájaro en otoño
y ve como se aleja hacia el ocaso
para buscar el sur.

Yo nada puedo hacer, este es mi mundo.
Los hombres buenos con la frente gacha
y voz plomiza proclamaron: solo
es un negocio, lo asumimos hoy
y mañana veremos.
Qué bien vivíamos, vivimos. Era
la edad de la sonrisa
y los televisores.

Nosotros no callamos, pero nada dijimos.
Hambre hoy al clamor de los hambrientos
ensordecido por la voz clamando
al hombre: ¡Resistid!

La mente exhausta, el ceñidor atado
reventando de nada. Muerto el amo…
ya no quedo más rabia
para desafiar al heredero.

Hoy hambre, resistid, pero en silencio.
Mañana paz.

 

 

 

De: “La mala conciencia”

lunes, 24 de febrero de 2025


 

TOMAS TRANSTRÖMER

 


 

Me ve la muerte:
problema de ajedrez.
Ya lo ha resuelto.

 

Versión de Roberto Mascaró

 

ANNE CARSON

 

 

 

Podrías 1

 

 

Si no eres la persona libre que quieres ser, busca un lugar donde puedas contar la verdad sobre ello. Contar cómo te va con todo. La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado. Podrías susurrar de cara a un pozo. Podrías escribir una carta y mantenerla guardada en la gaveta. Podrías escribir una maldición en una cinta de plomo y enterrarla para que nadie la lea por mil años. No se trata de encontrar un lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía,

y todo lo remata con un gesto
tan privado y preciso como su propio nombre.

 

 

RICARDO CARBALLO

 

  

 

Elegía veneciana

 

 

Me podéis borrar del Libro de Oro,
mis compatricios.
Hace tiempo que no pienso si el Turco sube o baja,
y mis buques están anclados en el muelle.

No me tienta ocultar mi calva
bajo la tiara de dogo.
Un cuerno y un ropaje largo no me preservarían
de los arañazos de tantos senadores.

Que otro celebre sus nupcias con el mar.
La boca de esa esposa es demasiado amarga.
Me prefiero soltero, libre de tal belleza,
que derriba cuando quiere y traiciona a sus hombres.

Tú, Fóscari; tú, Dándolo; tú, Loredano, me mirais
sin duda con el horror con que a un hermano perdido.
Quizá tengo sangre de algún Otelo ignorado,
y mi tono no es originario de Aquilea.

No me retratarán Bellini ni Tiziano;
oscuro moriré, pobre gallo olvidado.
Pero veo al mar royendo las piedras de Venecia,
y encuentro triste el carnaval de la vieja Serenísima.

 

JESÚS HILARIO TUNDIDOR

 

 

 

 

El circo

 

 

 

I

 

HOY,
acurrucado y triste,
único, solitario,
envilecido por la carne, amarga
la última residencia de mi corazón,
bajo la lona, bajo
el alto mundo de la estrella,
hundida el alma, rota
la hacedura de Dios, corvo, torcido
en el polvo estelar de la memoria,
hoy,
como un día cualquiera,
me he puesto a contemplar sin saber cómo
este río del circo de la vida.

 

 

II

 

Por de pronto la luz.
Hay que salvarla. Ved
que pueden descubrirnos
y entonces, nada, todo
sería preparado a nuestra altura
y ella, la elemental,
es una dádiva de amor y crea..
Por de pronto la luz:
Qué bien los tigres
vivirían sin ella oteando la sangre
en el acecho desde la alta rama a la costumbre
antigua del puro, manso ciervo en el arroyo.
Los tigres, los feli-
ces de Dios, los elegantes
conjurados, la raya
indómita, la tierra en pie de fiera.
Pero, ahí, ¿qué rugido
educado, cuáles sombras
sin miedo, selva férrea?
¿Escuchas? No es el combate,
el gamo presto, ¿nadie
te disputa la presa?
Tú podrías…
Alta la luna arrastra
selvas en celo, confiadas hembras.
¿Quién hijo, tigre, te ha lamido la sangre?

 

 

III

 

Siempre pensé que acaso
fuese la infancia lo primero, lo
elementariamente necesario.
Niños: nunca
os saquen las casillas.
Los circos sí, para los hombres tristes,
vosotros con mirar o con las tardes
de los domingos, todos
tenéis bastante, sobran
los papelillos de colores, rojo,
blanco, azul celeste, oro
falso, deshojado verde; y los platillos.
Celestial arco, amargo viento barre
la vida, soplan
aires contrarios. Nada
puede darnos consuelo.

 

 

IV

 

Oh júbilo, oh inocencia,
¿esto es el hombre? Enano
bullidor mientras se cambian
los tinglados del cerco. Vedle
consolando, perdiéndose,
eunuco vil de masas, tan crecido
ahora con su engaño,
centro mentido… Bullen
los colores del odio, siembra
su falso pan de la alegría.
Sí, la inocencia en ese pelotón de mil colores
como en aquella copla de los pueblos:

“Ahora, al fin de la jornada,
cuando la tumba me espera,
he aprendido que la dicha
sólo existe en la inocencia.”

Pero esto no es el fin ni es el principio.
Como la tumba, un acto más, un paso más
hacia ninguna dicha, aunque uno siempre
jamás esté seguro para nada.
Más alguien hay, miradlo:
diariamente afila
sus cuchillos. Y está aquí, con nosotros,
entre nuestra aventura, en ella misma
pero
¿podríamos hacerlo,
debíamos jugarnos nuestro pulso?

 

 

V

 

Sólo el alambre: Algo
puede ocurrir al hombre, algo que nunca
en peso de balanza esté preciso.
Aunque ese ronco zumbo
de pegadiza música, ¿qué quiere?
¿Otra vez miedo?
Ya es suficiente. Cumplen
las sombras, alma en vilo, dije
que no bastan figura y apariencia.
Siento
que me falla la voz, nadie asegura
nada, ¿apuesta alguien?
Sin embargo el hilo, aquel varal de acero,
es tan sencillo…
Un paso al aire, un corte, alguna breve
inclinación bastaba.
¿Es que será tan sólo musiquilla?
¿Es que no hay más? ¿Acaso
no merece la pena su peligro?
Por una vez estoy seguro: Todos
iríamos alegres a los cables,
desnudos, mansos, porque
a favor del silencio es el vacío.

 

 

VI

 

Hubo un tiempo… Naipes
y barajas, escamoteo, quién,
¿quién asegura? Un sí es
no es nos llena, nos engaña y burla.
Nosotros lo sabemos, somos
engañados, asistimos
al juicio final de nuestra muerte
que está asentada en esta carne, vive
con nuestras venas, oye
nuestra respiración, gusta su triunfo
anticipadamente conocido,
hasta que un tiempo, en una hora, un día
alza feliz su poderío y mata.
Luego un conejo, un gallo, bolas, bolas
que él, en nuestro engaño,
hace en la gracia de sus dedos ágiles.

 

 

VII

 

Ciega la luz, hiere la luz, avisa
que hay selva. Nuevamente
selva. Planta enorme,
si polvo y pastizal, amplios senderos
de manada, el coso
treme, oh elefante.
¿Quién más sujeto, quién
más seguro en tierra?
Nada si no el tan-tán hubiese
como un aviso hundido la penumbra:
lianas, árboles tropicales, plantas
carnívoras, insectos
múltiples, todo
el perenne forraje, el eterno
palpitar vegetal se alza, enorme,
como un peso que se desborda en sangre.

Un lejano temblor de angustia herida,
un hálito, una vaga penumbra
de pasto en plenilunio: Hay
Dios. Omnipotente, vengativo, solo:
el humano deseo, y sin embargo
tremendamente temeroso;
y ahí, ante el pesado bloque
casi acuñado, mineral, amorfo,
ante la bestia, ¿quién es el dios que ruge,
¡asombro!, en las tormentas?
Música de oropel llena los ámbitos.
Después, sin ruido, inerte
casi, la paz.

 

 

VIII

 

…Y la mentira. El circo
es clown, sonrisa pálida,
vieja nostalgia y clarinete amargo.
Como el amor: Mentira,
verdad que nadie sabe hasta qué punto
puede ser disfrazada.
He aquí el payaso: El hombre,
carátula triste, son
de viejo instrumento. Si desnudo
apareciera, cómo
poner su hombría a traza de nostalgia…
Nadie lo sabe. Todos
reímos, todos
de nuestra propia carne revestida,
de nuestro pobre cuerpo puesto a venta.
Somos así: tan nobles
para vender, comprar nuestra agonía.
De vez en cuando, a veces
una desolación pertinaz, honda,
baja, mansa y segura,
hacia el lugar del corazón de donde
tomó su vida y su experiencia amarga.
Es la alegría, en tránsito
siempre de pena oscura y largo cauce,
la gran cordialidad que nos aprieta.

 

 

IX

 

Quién es, decidme:
¿dónde se oculta aquél, el que dirige
esta música horrible de charanga?
Música sin concierto
ruidosa y simple, grave,
casi feliz de agilidad nerviosa.
Alguien
debe de acompasarla, alguien que nunca
se podría mostrar. Sería inútil.
A su pesar todo este largo río
transcurre en el amparo
de su horrible armonía.
Ella, la anunciadora, hace danzar y cuando
por un instante da cabida al silencio
una antigua tristeza, dolorosa y tenaz,
nos inunda tranquila los contornos del alma.

 

 

y X

 

Y así pasa la noche,
el tiempo, el agua de la muerte, el agua
de la vida, el circo amigo.
Y hay una dulce dejadez de amor
que nos empaña.
Afuera
las estrellas y el campo duermen, solos,
sin luz, sin Dios, sin claridad o ruido.

Todo
estaba conjurado.
Nadie
sabía que al entrar
se le daría un puesto, una ribera
donde el agua y el ser se marchitaran.

Y pasa así la troupe
como si ajenos, desentendidos, tristes
contempladores fuésemos nosotros.
Vienen sombras, carátulas,
figuras de oro falso y papel viejo,
barras, trapecios, trampolines, pistas,
la dulce musiquilla del rugido
del hombre… Todo
para un último fin que nadie sabe.

Alegres, sonoros
en la fraternidad,
cobrada la moneda,
divertidos
de tanto amor y engaño,
en masa, en bando, en emoción
única y sencilla, damos
humildemente
desconocidos,
cuando el gallo nos llama,
término al contemplar, y cesa el circo.