Veinticinco rosas en el pelo de Balquís
Yo
sabía que ella sería asesinada,
ella
sabía que yo sería asesinado.
Se
cumplieron ambas profecías:
ella
cayó, cual mariposa, bajo las ruinas de la yahiliyya [1]
y yo
caí entre los colmillos de una época árabe
que
devora los poemas,
los
ojos de la mujer
y la
rosa de la libertad.
Yo
sabía que sería asesinada
y que
su feminidad no intercedería por ella:
la
feminidad en este país, cuya geografía se extiende
de la
repugnancia a la repugnancia
y de la
bala a la bala,
no es
causa atenuante
que
proteja a las palomas del sacrificio
o
conceda privilegios a las madres
para
completar la cría de sus hijos.
Yo
sabía que sería asesinada:
era
hermosa en una época árabe repugnante,
era
límpida en una época árabe turbia,
era
noble en una época de maleantes,
era una
perla auténtica
entre
montones de perlas artificiales
y era
una hembra única
entre
series de mujeres comunes.
Yo
sabía que sería asesinada:
encarnaba
la civilización mesopotámica
y
nosotros estamos subdesarrollados,
era una
espléndida maqama bagdadí
y
nosotros no escuchamos,
era un
poema abbasí
y
nosotros no leemos,
era un
fragmento de la epopeya de Gilgamesh
y
nosotros somos analfabetos,
era lo
más bello que se haya escrito en poesía
y
nosotros lo más feo que se haya escrito en prosa...
Yo
sabía que sería asesinada
porque
sus ojos eran puros, como ríos de esmeralda,
y su
pelo era largo, como un mawwal [2] bagdadí;
los
nervios de este país
no
soportan la verde espesura
ni la
presencia de un millón de palmeras
que se
arraciman en los ojos de Balquís...
Yo
sabía que sería asesinada:
todos
nosotros, sin excepción, formamos parte del menú
en este
país, acostumbrado a comerse a sus ciudadanos;
lo
extaño es que antes de hacerlo, nos pidan
que
entonemos el himno nacional
y que
hagamos el saludo militar al presidente de la mesa
y a los
camareros que lo rodean.
¿Qué
himno nacional? ¿Qué nación?
Si el
cadáver del ciudadano árabe
es
enterrado en cualquier lugar,
entre
el estómago del gobernador árabe
y su
intestino grueso...
Yo
sabía que sería asesinada:
su
orgullo
era
mayor que la Península Árabe,
y su
cultura no le permitía
vivir
en la época de decadencia,
ni su
luminosa constitución
le
permitía vivir en la oscuridad...
Creía,
por su gran belleza,
que la
tierra era pequeña para ella;
por eso
hizo las maletas
y se
marchó de puntillas,
sin
decir nada.
No
temía que el país la matara,
sino
que se matara a sí mismo.
Cual
nube preñada de poesía
gotea
sobre mis cuadernos:
vino,
miel, ruiseñores
y rubíes,
gotea
sobre mis sentimientos:
velas,
pájaros marinos
y lunas
de jazmín.
Tras su
partida
comenzó
la época de la sed,
se
acabó el tiempo del agua.
Su amor
iraquí
tenía
sabor a rosa y a brasa;
cuando
se desbordaba en primavera,
devastaba
todos los obstáculos
y a mí
me rompía en mil pedazos.
Con
ella fundé el 5 de marzo de 1962
la
primera escuela de amor en Bagdad.
Cuando
Balquís cayó, el 15-12-1981,
los
maestros y las maestras dimitieron,
los
alumnos huyeron
y los
estudios de amor
se
aplazaron sine die...
Antes
de que su pelo dorado se marchara, dejándome,
yo no
sabía
que una
de las aficiones de los pájaros
es
ensamblar lingotes de oro.
Desde
que Balquís se marchó,
los
árboles no crecen,
la luna
no se redondea
y el
agua no brilla...
Porque
el pueblo árabe
deseaba
ser libre, como el pelo de Balquís,
no
sujeto con horquillas, celdas y alambres espinosos,
como el
pelo de Balquís.
El
Sultán -Dios le conceda la victoria sobre sus enemigos
y
acreciente su fortuna y sus favoritas-
ordenó
prender fuego a los trigales,
cortarle
la cabeza a cualquier espiga que hablara con otra
y
librarse del pelo de Balquís,
indómito
cual rubio alazán,
porque
infundía a la gente esperanzas
y los
inducía a la libertad.
Presentía
que ella se marcharía:
en sus
ojos había velas
prestas
para el viaje,
y
posados en sus pestañas
aviones
prestos a despegar.
En su
bolso -desde que nos casamos-
llevaba
el pasaporte, el billete de avión
y
visados de entrada a países que no llegó a visitar.
Cuando
le preguntaba:
¿por
qué llevas todos esos papeles en el bolso?
Respondía:
Porque
tengo una cita con el arco iris...
Cuando
me entregaron el bolso
que
encontraron bajo los escombros
y vi el
pasaporte,
el
billete de avión
y el
visado de entrada,
comprendí
que no me había casado con Balquís Al Rawi
sino
con el arco iris...
En las
fiestas
evitaba
ponerse a mi lado,
que la
fotografiaran conmigo
o decir
que era la mujer del poeta.
Era yo
quien la buscaba por todas partes
y pedía
a los fotógrafos que me retrataran con ella
para
entrar en la historia.
Cuando
asistía a mis veladas poéticas,
era
ella quien acaparaba los focos
mientras
yo permanecía en la sombra.
No
intentaba ganarse a la poesía:
era la
poesía quien intentaba ganarla a ella.
Cuando
muere una mujer hermosa
la
tierra pierde el equilibrio,
la luna
anuncia duelo durante cien años
y la
poesía se convierte en labor inútil.
No
reconocía las medias soluciones,
su
presencia era excepcional,
su
conversación era excepcional
y su
pelo, viajero por todo el mundo,
un
acontecimiento excepcional.
Por eso
su
muerte fue tan excepcional como ella...
Se casó
conmigo, a pesar de la cábila,
viajó
conmigo, a pesar de la cábila,
me dio
a Zaynab y a Omar,
a pesar
de la cábila.
Cuando
le preguntaba por qué,
me
estrechaba, como a un niño, contra su pecho
y
susurraba:
"porque
tú eres mi cábila".
Tenía
fabulosos colores, cual mariposa,
elegante
vuelo, cual mariposa,
y corta
edad, cual mariposa.
Cuando
la flamearon, el 15 de diciembre de 1981,
las
estadísticas de Naciones Unidas anunciaron:
somos
la única tribu del mundo
que se
come a las mariposas.
Balquís
Al Rawi,
Balquís
Al Rawi,
Balquís
Al Rawi.
Me
gustaba el ritmo de su nombre,
retenía
su sonido
y temía
unir a él mi nombre
por si
enturbiaba el agua del lago
y
estropeaba la belleza de la sinfonía.
Esa
mujer no podía vivir más,
no
deseaba vivir más:
era
semejante a las velas y los candiles,
era
como un instante poético
que
debía eclosionar antes de la última línea...
Beirut,
10-4-82.
[1] Época
anterior al Islam.
[2] Tipo
de copla originaria de Iraq, aunque en la actualidad se extiende por la mayor
parte de los países árabes. Puede tener hasta más de trece versos.
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