En lo que pienso
mientras cuelgo un cuadro
Para Rolando Kattán,
que lleva un mapa alrededor del cuello
Te
habría regalado un mapa enmarcado que colgaras en la sala,
si
hubiéramos tenido tiempo
te
habría regalado un mapa
de
la Ciudad de México, intervenido en dos colores:
en amarillo
hubiera recorrido
de
Bellas Artes a Ámsterdam
—donde
cayeron
los
muros que llevaban nuestros nombres—;
y en
rojo el resto del camino, hasta tu apartamento,
como
para mostrar que la fatalidad nos recorría enteros:
de
la boca a la planta
de
los pies. Yo cojeaba
aque-
lla no-
che,
¿recuerdas?
Te
habría regalado un mapa enmarcado que colgaras en la sala,
para
que la gente preguntara en qué camino se obstinaban los colores,
y
hubiéramos podido contar una historia o,
mejor aún,
quedarnos
callados y decir con eso:
a) que a fin de cuentas una noche no hay
quién la cuente, aunque una y otra vez, hasta el cansancio, la contemos;
b) que quien no atraviesa a un solo pie
los kilómetros que van de Bellas Artes a tu apartamento, en medio del invierno,
olvidado del dolor y de la muerte, no puede recobrar lo que un mapa así señala;
c) que tal vez el amor sea recorrer la
noche lastimado,
pero
no solo.
in
girum imus nocte giramos en
el medio de la noche
et
consumimur igni y somos
consumidos por el fuego
Ojalá
hubiera pensado antes en esto.
Te
habría regalado un mapa enmarcado que colgaras en la sala;
ahora,
esas líneas serían una herida enorme y sin sentido
(tac:
un clavo en la pared)
sobre
la piel de un mapa.
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