Una mujer camina dentro de mí
Nadie
ha leído mi taza
sin que
sepa que eres mi amada,
nadie
ha estudiado las rayas de mi mano
sin que
descubra las cuatro letras de tu nombre.
Todo se
puede negar
salvo
el olor de la mujer amada,
todo se
puede disimular
salvo
los pasos de la mujer que se mueve dentro de nosotros,
todo se
puede discutir
salvo
tu feminidad.
¿Dónde
ocultarte, amor mío?
Si
somos dos bosques que arden,
y todas
las cámaras de televisión están fijas en nosotros.
¿Dónde
esconderte, amor mío?
Si todos
los periodistas quieren convertirte
en la
estrella de las portadas,
y a mí
en un héroe griego
y en un
escándalo gráfico.
¿Dónde
llevarte?
¿Dónde
me llevarás?
Si
todos los cafés conocen de memoria nuestra cara,
todos
los hoteles conocen de memoria nuestro nombre
y todas
las aceras conocen de memoria la música de nuestros pasos.
Estamos
al descubierto como una terraza marina
y nos
observan como a dos peces dorados
en una
vasija de cristal.
Nadie
ha leído mis poemas sobre ti
sin que
conozca las fuentes de mi lenguaje,
nadie
ha viajado en mis libros
sin que
llegue sano y salvo al puerto de tus ojos.
No hay
nadie a quien haya dado mi dirección
que no
se dirija hacia tus labios.
Nadie
abre mis cajones
sin que
te encuentre allí, dormida cual mariposa.
Nadie
ha desenterrado mis hojas
sin que
conozca la historia de tu vida.
Enséñame
una forma
de
encerrarte en la ta marbuta [1]
e
impedirte salir.
Enséñame
a dibujar en torno a tus pechos
un
círculo violeta
e
impedirlos volar.
Enséñame
una forma de retenerte, como el punto y aparte,
enséñame
una forma de caminar bajo la lluvia de tus ojos sin mojarme,
oler tu
cuerpo, perfumado con especias de la India, sin marearme,
y
despeñarme desde las elevadas cumbres de tus pechos
sin
estrellarme...
Levanta
la mano de mis pequeñas costumbres,
de mis
pequeñas cosas,
de la
pluma con la que escribo,
de las
hojas en las que hago garabatos,
del
llavero que porto,
del
café que sorbo
y de
las corbatas que poseo.
Levanta
la mano de mi escritura:
no es
lógico que escriba con tus dedos
y
respire con tus pulmones.
No es
lógico que me ría con tus labios
ni que
tú llores con mis ojos.
Siéntate
conmigo un momento
para
tornar la vista al mapa del amor que trazaste
con la
dureza de un conquistador mongol
y el
egoísmo de una mujer que ordena a un hombre:
"Sé.
Y será".
Háblame
con democracia;
en mi
país, los varones de la cábila
practican
el juego de la represión política,
y no
quiero que practiques conmigo
el
juego de la represión sentimental.
Siéntate
para que veamos
dónde
está la frontera entre tus ojos
y mi
tristeza,
dónde
comienzan tus aguas territoriales
y
termina mi sangre..
Siéntate
para acordar
en qué
parte de mi cuerpo
se
detendrán tus conquistas
y a qué
hora de la noche
comenzarán
tus algaradas.
Siéntate
conmigo un momento
para
acordar una forma de amar
en la
que no seas mi esclava
ni yo
una pequeña posesión
en la
lista de tus colonias
que no
cesa, desde el siglo diecisiete,
de
reivindicar ante tus pechos la liberación.
Pero no
escuchan,
no
escuchan.
[1] Letra árabe que, generalmente marca el
femenino.
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