Maxine
Kunin recuerda la última vez que vio a su amiga Anne Sexton
A
más de treinta años del acontecimiento
recuerdo
claramente que cuando Anne volvió a mirarme
franqueando
la puerta de mi apartamento
sentí
un profundo escalofrío.
Fue
un cuatro de octubre de 1974.
Partió
en su coche. Al llegar a su casa
se encerró en el garaje
y
dejando el motor del carro encendido
se
sentó a esperar frente al volante
ventanas
abiertas
a la
muerte que había perseguido
hasta
acorralarla ese día.
Nos habíamos
conocido en un taller de poesía en 1957
y
congeniamos a partir de ese día
convirtiéndonos
en las críticas más duras del trabajo de cada
una.
Eramos
poetas de máquinas de escribir y papel carbón sobre
folios amarillos
lo
cual me recuerda que los movimientos de defensa de la mujer
estaban en sus comienzos.
No
era fácil entonces para una mujer figurar como poeta
pero
poco a poco nuestros poemas fueron pasando de revistas
literarias con escasos lectores
a
las páginas de The Atlantic, The New Yorker, Harper’s Magazine
y The Saturday Review
of Literature.
¡Qué
cambios han sobrevenido
desde
aquellos días cuando se creía que las mujeres sólo eran
capaces de escribir poemas
domésticos
poemas
sobre mariposas, la primavera y nubes con forma de cordero!
Con
Anne escribimos poemas acerca de la menstruación, la masturbación,
el adulterio, el incesto, el aborto
o la adicción a las drogas mismas.
Claro
estabamos tocando un filón, una cantera: la poesía confesional como
la bautizaron los mismos críticos que la
negaban sin imaginar que después se les
revendría
casi como marca comercial.
Y
asi con el tiempo “los aspectos más patéticos y repugnantes de la
experiencia corporal ”
se
transformaron en material útil y sencillo para definir una lírica
narrativa ruptural
como
se demuestra con solo referirnos a la poesía de Allen Ginsberg pasando
por Robert Lowell y W.D. Snodgrass.
¡Sacré
Anne !... durante muchos años mantuvo correspondencia con
Un guapo jesuita
y
más tarde volcose toda ella con un anciano sacerdote al que
una vez
desesperada
llegó a rogarle que le administrara la extrema unción por teléfono.
Hoy,
treinta años después, no logro conciliarme con su ausencia
siento
que si la medicina sicotrópica falló para tratar sus depresiones
sólo
la poesía la mantuvo viva durante todo el tiempo que la frecuenté
y
advierto sin saber hasta dónde
que
las mujeres poetas estamos en deuda con ella en el abordar
y superar los erizados temas
que
hizo suyos
atreviéndose
a sacudir tabúes que nos hicieron sin restricciones
ni prejuicios
poetas
de nuestro tiempo.
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