Once años de exilio
Salí
de mi país, por primera vez, en 1945, muy joven, herida por la fría realidad
del medio ambiente, sin ninguna experiencia, ávida de conocimientos, alentada
por sueños y poblada de anhelos profundos.
Once
años lejos de mi patria me enseñaron a ver, con claridad, que la persona que se
dice humanista debe vivir, debe luchar, debe soñar en función de su propio
pueblo. Y solamente así es capaz de sobrevivir y de vencer a la muerte.
Once
años de ausencia de mi propio país, me demostraron con precisión que las manos
que laboran a diario en el campo y en la fábrica, son las manos que hoy se
alzan victoriosas con el nuevo mensaje de la vida.
Once
años fuera de este ambiente salvadoreño, me sirvieron de escuela para llegar a
descubrir el camino justo del hombre y la profunda razón de su existencia.
Once
años maduraron sobre mi cuerpo, sobre mi corazón y mi conciencia, como maduran
lentamente los frutos dorados por el sol entre los árboles.
Once
años llenaron mi voz y mi palabra de minerales esencias, aprendí a modelar los
ecos, a responder al tiempo, y a soportar el azaroso camino de los que pugnamos
por expresar al pueblo. Un lenguaje interior se ha desatado en mi propia
conciencia, nacido del antiguo dolor del hombre y transmitido de generación en
generación en ese angustioso éxodo del hambre.
Yo
no soy más que un producto humano de la sociedad contradictoria de esta parte
Occidental del mundo. Estoy viviendo, inmersa, una época brillante de
transiciones históricas. Golpea fuertemente en mis sentidos el drama de estos
pueblos; y respiro, como si fuera un aire de tormenta, los vientos que ahora se
desatan con el siglo.
Abro
los poros hacia el mundo y percibo con el tacto la nueva realidad que se
avecina. La tibia y antigua voz del hombre de mi raza ha penetrado en mis oídos
y me ha entregado indefensa en la corriente de sus aguas.
Abro
los ojos y caben en ellos todos los paisajes; abro mi pecho y cabe todo el
Cosmos. Conmovida contemplé el Izalco, subí la parte más alta de los
Cuchumatanes; azotada por emociones diversas atravesé el atlántico, vi los
grandes lagos de Suiza y volé sobre el Cáucaso; admiré Siberia, y estremecida
llegué hasta el Asia donde la China guarda sus tesoros antiguos. ¡Qué sed
Abierta! ¡Qué inmensidad de sueños!
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