viernes, 25 de marzo de 2022

LEÓN ZAFIR

 

  

Dijeron los olivos

 

 

-Hace ya veinte siglos, una noche
ensortijada de luceros pávidos,
por un brusco sendero
que se abría a intervalos,
se llegó hasta nosotros, lentamente,
cual si midiera el ritmo de sus pasos,
un hombre de ojos tristes que portaba
diez alfiles marfíleos en las manos.

-Delicados los pies, como si nunca
vagado hubiese por caminos ásperos;
fulgente halo de luz le perfilaba
la frente de alabastro;
trigo garzul en los cabellos blondos
y en el semblante pálido
serenidad impávida del loto
que abre su cáliz en mitad del lago.

-Al penetrar en nuestra entraña obscura
nos sentimos de pronto fecundados
por beatífica luz; en nuestras frondas
despertaron los pájaros,
y, cual si fuese el día,
dieron al viento sus mejores cantos.

-El Nazareno, con la frente al cielo,
entreabriendo los labios,
“¡Padre mío… !” -exclamaba- y sus pupilas
se inundaron de llanto.
-Turbó el hondo silencio de la noche
el tropel de unos bárbaros.

El fue a su encuentro: -A quién buscáis?- pregunta.
-Buscamos a Jesús- le contestaron.
-Yo soy -les dijo- y agregó: “¡Prendedme!”.
Los salvajes lo ataron,
y en medio de la turba enceguecida
vimos nosotros desfilar al santo.

-Nos quedamos a obscuras,
sin comprender lo excelso del milagro
ni el por qué de la infamia de los hombres…
¡Oh incomprensión del árbol!

-Sólo después, cuando la grey judía
colmó al Mártir de agravios;
cuando expiraba redimiendo al mundo
en una cruz clavado;
cuando tembló la tierra
y los velos del Templo se rasgaron;
cuando abajo chocáronse las piedras
y de la altura descendieron rayos;
cuando el sordo huracán batió los montes
y hubo un chisporroteo de relámpagos,
vinimos a saber que a nuestra sombra
estuvo Dios, ¡orando!

 

Nota: León Zafir, seudónimo de Pablo Emilio Restrepo López

 

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