lunes, 29 de agosto de 2022


 

MARTHA CECILIA ORTIZ QUIJANO

 

 

El cielo suele vestirse de colores extraños

 

¿Dónde está el lugar
Al que todos llaman cielo?

Luis A. Spinetta

 
La muerte insiste.
Hoy, hacha,
un árbol ha derribado
Roble desgajado desde la raíz
ha roto sus ramas
sus hojas ha tumbado.

El cielo suele vestirse de colores extraños:
naranjas hechas nubes
violetas deshojadas
azules casi negros.
Suele vestirse de relámpago al borde de la ciénaga,
a manigua
a ángel quemado en la hoguera,
se viste de dolor, a sangre derramada en la tierra.

La muerte insiste
hoy, el cáncer
la flecha
la bala.

El hombre le huye a la muerte
ella, lo apresa entre sus fauces
-Venado en el hierro de la trampa-
su corazón ha estallado.

Pronto, renacerá un arcoíris.

 

 

JULIO CÚMEZ

 

 


Estamos perdidos
en tus manos
en tus pies

 

Cúbrenos con la ceniza de tus labios
A la hora de nuestra llegada
Y préndele fuego a estos ojos
Y entierra este ombligo en tu voz.

 

 

JHAVIER ROMERO

 

  

Carta 4.

(Las orugas)

 


El final no fue repentino.

No fue un cometa que nos impactó de frente

en el pinball del universo,

no fue el sol y su cabellera incandescente,

no fue un enjambre de átomos radioactivos

revoloteando por ciudades y bosques.

Fue algo mucho menos cinematográfico.

 

¿Recuerdas la desaparición de las orugas, Alessa?

Las orugas vivían dentro de la casa,

deambulaban entre libros y zapatos,

Vos tratabas de llevarlas a un arbusto,

pero en pocas horas

volvían a estar en tus pantuflas.

 

Vos no les temías, las amabas,

como a todo lo indefenso.

Le diste un nombre a cada grupo:

A las Macaón, las Clementinas;

a las Plusia, las Eneidas:

a las Roscas Verdes, las Marías.

 

Y también sembraste hinojo, ruda

heliconia, pasiflora,

y un girasol azul para nosotros.

“Nuestra planta hospedera

-me decías-,

seremos mariposas transparentes en alguna vida”.

 

Pero las orugas desaparecieron,

dejamos de percibir en la planta del pie

su erizada ternura;

dejamos de ver sus capullos

como hojas abrazadas a sí mismas

brotando en las ventanas de la medianoche.

 

 

Las orugas desaparecieron,

y luego también otras criaturas

se desvanecieron.

 

Y en la madrugada

no encontramos más consuelo

que imaginar la voz de las cigarras;

que encender cerillos para recordar a las luciérnagas,

que arrojar café molido en las migajas

para convencernos de que todavía existían las hormigas.

 

El final no fue repentino.

El final nunca es repentino.

Fue más bien como en el amor,

que se va soltando a pequeños tirones,

a insignificantes muertes,

poco a poco, sin saberlo,

hasta despertarse una mañana, entonces sí, de pronto,

en la estación ubicua de las extinciones.

 

De “Las Cartas de la extinción”.

 

 

 

BEATRIZ RUSSO

 

 

 

La prisión delicada

(Fragmento)

 

 

Ésta es mi prisión delicada.

No me salvéis.

Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.

Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.

Que nadie incinere mi cuerpo.

Tengo algo que evocar.

 

Besé su boca,

La bocca baciata de Fanny Cornforth

y sentí el margen de una moneda trasquilando la infancia de las veloces manos del raso.

¿Prostituta o costurera?

En la vertiente que hay en el sino están en juego las cartas de la sangre.

Llegaron al mundo las mujeres a tejer su desdicha en los telares de la miseria.

Los trapos del hambre amontonándose en las trincheras sin aire.

El anonimato de las abejas harapientas.

Y también llegaron mujeres a los telares de la delicia.

La sabia contienda de unas manos cansadas de su precariedad.

El ruido de la rueca no ensordecía el cuerpo de las otras hilanderas de la noche.

Escribieron sus nombres proscritos en una coroza de papel secante y fueron señaladas

     por los dedos de las esposas impolutas.

¿Prostituta o costurera?

No hay mayor masturbación que la del halago, mayor deleite que la hermosura en

     estos tiempos de vanagloria.

Cantad todos la pandemia de los burdeles.

Que se abran las puertas de la moderna Babilonia.

“¿Quién fue la bella Laura Bell?

The queen of whoredom

¿Quién kate Cook, Emma Crouch y Cora Pearl?

Toutes elles demi prochaines”

Pero cantad también la pandemia de las fábricas.

Que se abran las puertas de la moderna Etiopía.

¿Quién veneró a las otras artesanas de la noche?

Pocos conocen el castigo de las míseras costureras.

El baile elíptico de las agujas trazaba hondas muescas en sus dedos.

En las oscuras salas de una fábrica gemía el hilo de las futuras ciegas.

Y temblaban después sus cuerpos apuntalados en los rincones ebrios.

Otras muescas hay en sus dedos.

Muescas del dolor de un útero enfermo bajo los dientes de las embarazadas.

Los clavos de cristo en el pubis de las esposas rotas.

Murieron en la fosa común de la historia, en el estrecho nicho de la conciencia.

Murieron con la lenta eutanasia de las mártires,

muertas veteranas del ejército de muertas,

muertas de hambre en las calles de polvo y niebla.

Anónimas muertas.

 


GONZALO ROJAS

 

  

Monólogo del fanático

 

 

Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esta parte de mí
que se muere al nacer, como una nube;
lo blando, lo confuso, lo que siempre está afuera
del peligro, el adorno y el encanto.

No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo sino para morirme.

Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.

 

 

MARCO MARTOS

 

  

El aroma de las casas

 


Huelo mis casas.
Me dicen que fui feliz
en la primera y ése es mi recuerdo:
el de los otros.
Había un corredor
repleto de macetas, jazmines de la noche,
fantasmas del olor y del silencio
y un ejército de tías armadas
con sonrisas, flores secas
y cartas de amor desvaídas
en sus libros de oraciones.
La segunda casa es la que amo.
Me cuentan que derribaron un árbol
en el patio y ese dolor me acompaña
cada día.
Por ahí deambula todavía
en las noches mi hermano muerto
tan, tan niño.
Permanece ahí en los altos
mi abuelo materno, aventurero,
y mi abuela paterna, en los bajos, con sus ojos
negrísimos dando luz en lo más oscuro.
Pero ambos también murieron.
Me acuerdo del dolor y de la pompa
de sus entierros.
Conozco sus manos
y sus palabras de memoria.
Tengo
una reserva de afecto secreta
en lo ignoto y desaparecido
ahora que son sólo un nombre
que repito.
Mi padre iba y venía sin cansarse.
Mi madre hacía lo mismo
y más todavía, como se sabe.
Es horrible que muera tu madre,
es horrible que muera tu padre,
nadie puede contártelo.
Podría escribir la historia
de otras casas, pero la pena
sería muy grande.
Prefiero
callarme, ahora que no tengo casa
ni lenguaje inteligible
y atravieso Babel
para lamer tu mano
como un perro fiel
que te bendice.
Hueles a jazmín,
como el que había
en mi primera casa.