Silenciosos y grandes como encinas
Silenciosos
y grandes como encinas
caminamos a través de la tormenta
por sitios que cierran sus puertas
al alba.
La ciudad no es otra cosa
que el sonido del río o las líneas
que garabateamos en el primer trozo
de papel encontrado al azar.
Caminamos
para saber lo que pasa
del otro lado de unas puertas,
para interpretar la mirada de los demás
e ingresar al inmenso oleaje de las cosas
como quien sobrevive luego de una guerra de cojines
al interior del amor filial. Plumas que semejan
a los pájaros de la fidelidad.
Nuestra virtud – por ahora- es saber reír.
Un
ciego es nuestro Caronte
y nos habla de ciertos enigmas
entre el sonido de radios y volutas de humo.
Hay
cierta pesadumbre en puertas y ventanas.
Hebras de sol empiezan a entrar en cuartos sin luz,
mientras miles de personas esperan abrir sus ojos
y abolir lo que es ajeno a ellos.
Estamos
rodeados de una extraña intimidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario