La
ciudad ha perdido su Beatriz
He is a portion of the loveliness
which once he made more lovely.
Shelley
1
¡Ay,
flores, brezos, castañas, dulces nueces,
dátiles
y violetas,
gladiolas
descreídas!
¿Por
qué existir ahora,
si
está muerta la flor,
la
flor de flores?
¿Cómo,
manjares,
tener
sabor en lengua imaginable
si
ya no existe el sol de los sabores?
¿De
qué manera, olivos,
dar
verde gozo al paladar discreto,
si
el paladar murió con ella?
2
Oh
muerte, ¿qué ha de morir de ti,
qué
carne dañarás de muerte,
qué
has de matar si ella está muerta?
¿Qué
cosa ha de ser cosa
tras
su muerte?
¿Qué
dolor dolerá
si
ella no duele?
3
Viva,
era muerte,
y
ahora, que no vive,
cincuenta
veces muerte.
¿Quién
era ella?
¿Cómo
llorar así?
¿Cómo
sufrir
por
su maligna muerte?
¿No
estaba muerta ya,
no
andaba, en vida, muerta?
4
Su
misma muerte pura
fue
una traición de perra sin entrañas.
¡Por
qué morir la perro!
¿Cómo,
antes de ser creada
—antes
de Dios—
morir
a manos propias la creatura?
5
Si
perra innoble fue, si diosa cruenta
¿a
qué llorar su muerte?
Sangre
vertió, desmembró cuerpos,
vendió
a los cerdos carnes
en
perlas cocinadas,
destejió
obsidianas
para
tejer con ellas
excrecencias
de chivo.
¿Por
qué llorar entonces?
6
Liebres
que hubieron hierbas en sus muslos
de
felino salvaje
fueron
de corta vida,
y
largos perdigueros,
halcones
que en su vientre
cazaron
aves deliciosas
no
levantaron nunca
el
tallo de su vuelo.
¿Qué
llanto ha de valer entonces?
7
Perra
sin límites
que
corrompió a su paso la tierra
con
su hirviente orina,
que
al dogo fiel dio vástagos de puerca
y
que agrietó las calles al andar,
cloaca
ambulante ¿a qué llorar por ella?
8
¡Grandes
hetairas,
qué
pequeñas sois junto a ella!
qué
despreciables,
qué
puras.
Cuánto
y qué poco
junto
a la perra enorme,
que
ahora muere sola y deja, viles,
como
sombra florida o manto rubio,
prados
detrás,
torpes
jardines
que
no conocen ya el camino
hacia
las fuentes,
rotondas
que suspenden
el
viaje alrededor de sus rosales,
volantín
o tiovivo —ay españoles—
de
rosas muertas y colores vivos.
9
Ella
murió, Dios mío.
¿De
qué manera han de vivir los otros?
¿Cómo
vivir, si ha muerto?
¿De
dónde leña ha de tomar el hacha
si
a cada tajo
el
árbol vuelve a la semilla?
10
Árbol
de arena estéril,
antorcha
horrenda en llamas hasta el puño,
¡qué
frutos dio, qué gemas, oh Dionisos!
Si
lagartija fue, ¡qué pavos,
qué
lechones salieron de su vientre!
Si
leona ¡qué perdices del tacto,
qué
gulas del amor hubo en sus alas!
11
He
metido este sueño
en
el triturador de la cocina.
Reconozco
la distancia
el
ruido de tus huesos que se rompen
como
nueces tiernas;
el
eco de tu voz contra las muelas;
de
hierro y las cuchillas,
las
distensiones de los nervios
que
escapan al molino
como
peces en sangre.
Pero
el sueño impiadoso resucita,
se
conforma en el caño,
se
destritura halando ferozmente
la
manivela del tiempo hacia otros aires,
Vuelve
el sueño a soñarse
como
en su primera infancia;
y
tiene
la
paleontología licuosa
de
lo no vertebrado.
Lo
desueño otra vez en el triturador,
que
abre las fauces hogareñas
de
laborioso tigre,
y
el sueño, lento, vuelve.
12
¿Cómo
expulsar del sueño
el
sueño tuyo, amada?
¿Cómo
cerrar las puertas del sueño,
a
toda forma viviente?
¿Cómo
estorbar la marcha
del
tigre desgarrado,
con
parapetos de neblina?
¿Cómo
impedir el paso
de
estas sólidas fieras
a
la juguetería vaga del sueño?
¿Cómo
escapar de un tigre
que
crece al avanzar cuando lo sueñan
como
la mole de nieve en la colina?
13
¡Ay
Prometeo! Ya miro bien tus fieras
y
entrañas nutritivas.
Termina
el túnel del sueño cotidiano,
pero
irrumpe a una luz más deslucida
que
el negror de los sueños.
Tumba
es la luz y lápida del sueño
sepultado
en el pecho como una gallinaza
que
golpea por dentro en la vigilia
y
vuela al fondo abriendo carnes con sus ganchos
cuando
duermo.
Y
ella está muerta ahí,
en
la coyuntura de sueño y luz,
con
una muerte activa
de
perra que va y viene por su jaula,
del
sueño al mundo, del mundo al sueño,
comiéndome
las vísceras
como
una eterna goma de mascar.
14
¡Murió
la perra, oh Dios!
Su
muerte ha sido la más sucia trampa;
late
en redor, atmósfera de púas,
se
cierra sobre mí.
Su
muerte ajena,
su
muerte a propias garras y colmillos,
frustró
mi mano,
congeló
estos odios hambrientos para siempre,
condenó
esta daga a la inocencia.
Murió
la perra impune y nadie
la
habrá de rescatar del césped blanco
en
que hoy retoza,
y
no despertará del sueño sin raíces
que
ata su fronda infame al cuerpo.
(El tigre en la casa,
1970)
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