No
fluye el río, permanece en calma,
es
la mirada la que siempre avanza,
vierte
en las aguas del milagro herido,
su
breve reino, la quietud del grito.
Todo
está oscuro. Sobre la ventana,
como
el inmóvil pescador del alba
alza
las olas de un mar peregrino,
imaginamos
la luz del vacío.
No
quema el fuego, nuestras manos arden,
toman
la forma fugaz del instante
donde
calcinan la orilla del viento.
Así
pasamos el hacer del tiempo:
la
hoja mueve el aire en su caída,
sin
rozar la inmensidad dormida
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