lunes, 22 de marzo de 2021

EDGAR LEE MASTERS

 

  

 

Washington Mcneely



Rico y venerado por mis conciudadanos,

padre de muchos hijos nacidos de madre noble,

todos criados allá

en la gran mansión en las afueras del pueblo.

¡Fíjense en el cedro detrás de la casa!

A Ann Arbor mandé a todos mis hijos, a mis hijas

las mandé a Rockford;

mientras tanto mi vida seguía, acumulaba más

riquezas y honores...

y descansaba por las tardes, debajo de mi cedro.

Pasaron los años.

A las muchachas las envié a Europa;

las doté cuando se casaron.

A los muchachos di dinero para fundar sus negocios.

Eran fuertes, mis hijos, prometían tanto

como las manzanas antes de que en ellas aparezca

la huella de las magulladuras.

Pero John huyó, en desgracia, del país.

Jenny se murió en un parto...

y yo sentado debajo de mi cedro.

Harry se mató después de un escándalo.

Susan se divorció...

y yo sentado debajo de mi cedro.

Paul quedó inválido por estudiar en demasía.

Mary nunca más salió de la casa,

obsesionada por el amor de un hombre...

y yo sentado debajo de mi cedro.

Todos se fueron, o con las alas quebradas o devorados

por la vida...

y yo sentado debajo de mi cedro.

Mi compañera, su madre, falleció...

y yo sentado debajo de mi cedro

hasta que doblaron mis noventa años.

¡Oh, Tierra materna, que arrullas a la hoja que cae!

 

 

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