Washington
Mcneely
Rico
y venerado por mis conciudadanos,
padre
de muchos hijos nacidos de madre noble,
todos
criados allá
en
la gran mansión en las afueras del pueblo.
¡Fíjense
en el cedro detrás de la casa!
A
Ann Arbor mandé a todos mis hijos, a mis hijas
las
mandé a Rockford;
mientras
tanto mi vida seguía, acumulaba más
riquezas
y honores...
y
descansaba por las tardes, debajo de mi cedro.
Pasaron
los años.
A
las muchachas las envié a Europa;
las
doté cuando se casaron.
A
los muchachos di dinero para fundar sus negocios.
Eran
fuertes, mis hijos, prometían tanto
como
las manzanas antes de que en ellas aparezca
la
huella de las magulladuras.
Pero
John huyó, en desgracia, del país.
Jenny
se murió en un parto...
y yo
sentado debajo de mi cedro.
Harry
se mató después de un escándalo.
Susan
se divorció...
y yo
sentado debajo de mi cedro.
Paul
quedó inválido por estudiar en demasía.
Mary
nunca más salió de la casa,
obsesionada
por el amor de un hombre...
y yo
sentado debajo de mi cedro.
Todos
se fueron, o con las alas quebradas o devorados
por
la vida...
y yo
sentado debajo de mi cedro.
Mi
compañera, su madre, falleció...
y yo
sentado debajo de mi cedro
hasta
que doblaron mis noventa años.
¡Oh,
Tierra materna, que arrullas a la hoja que cae!
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