Los
árboles y la sequía
Hubo
aquella vez una gran sequía, más grande que nunca la hubo. Ardía el campo, se
quemaba la luz, ardía el aire, el silencio, la distancia. Los árboles caminaban
rumbo a los ríos, a los arroyos, a los lagos, también secos. Eran los pozos un
bostezo de aire caliente.
Fue
entonces cuando el pino se puso en las puntas de los pies para alcanzar las
nubes, y se quedó gimiendo por no lograrlo. Cuando al palo colorado —bixólo, en
zapoteco— se le cayó la piel, se llenó de manchas, de quemaduras; cuando el
roble clavó muy hondo sus raíces en la tierra en busca de algún venero, sin
alcanzarlo; cuando el huanacastle creó estos frutos que parecen orejas, para
oír por dónde corría el agua, y se quedó como en éxtasis, como en suspenso,
silencioso, en espera de algún eco…Pasó el tiempo de secas. Otra vez la lluvia
como una bendición del cielo cayó sobre los campos. El pino quedó altivo, pero
sollozante; el bixólo con las ropas rotas y quemadas; el roble bien sembrado en
la tierra; y el huanacastle con esos sus frutos que parecen orejas…
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