martes, 22 de febrero de 2022

ANDRÉS HENESTROSA

 

  

Los árboles y la sequía

 

 

Hubo aquella vez una gran sequía, más grande que nunca la hubo. Ardía el campo, se quemaba la luz, ardía el aire, el silencio, la distancia. Los árboles caminaban rumbo a los ríos, a los arroyos, a los lagos, también secos. Eran los pozos un bostezo de aire caliente.

Fue entonces cuando el pino se puso en las puntas de los pies para alcanzar las nubes, y se quedó gimiendo por no lograrlo. Cuando al palo colorado —bixólo, en zapoteco— se le cayó la piel, se llenó de manchas, de quemaduras; cuando el roble clavó muy hondo sus raíces en la tierra en busca de algún venero, sin alcanzarlo; cuando el huanacastle creó estos frutos que parecen orejas, para oír por dónde corría el agua, y se quedó como en éxtasis, como en suspenso, silencioso, en espera de algún eco…Pasó el tiempo de secas. Otra vez la lluvia como una bendición del cielo cayó sobre los campos. El pino quedó altivo, pero sollozante; el bixólo con las ropas rotas y quemadas; el roble bien sembrado en la tierra; y el huanacastle con esos sus frutos que parecen orejas…

 

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