VIII
La plenitud de la casa no se detiene. Ella intuye la cercanía de la gran puerta
orientada hacia el giro lúcido de la veleta.
Bajo el entramado de las vigas, la vida hogareña transcurre en la contemplación
de la luz cenital, alta en su persistencia. Sin embargo, la claridad sólo le es
dada a quienes se atrevan a cruzar los umbrales interrogadores de la
edificación.
Con hueso y calcio las paredes enaltecen la subida que las pondrá al mismo
nivel de las enramadas donde se detiene la luna.
De: “La casa que me habita”
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