martes, 3 de diciembre de 2024

MIHAÏ BENIUC

  


 

Antes del invierno

 


 

Este es mi tiempo, el otoñal, el último.

Ataré mi caballo del tronco de algún árbol

en el lindero de la selva oscura

y me extraviaré por los campos que huelen

a lentas flores tristes, a frases muy maduras,

a hierbas marchitadas por la helada nocturna.

Podré escuchar al grillo que intermitentemente,

solitario, afligido, guarda su violín.

Golondrinas, halcones y grullas se marcharon,

ya no hay más resplandor que el de la estrella

de la tarde, en el cielo como un lar apagado.

La alta cima, de un día a otro, estará nevada,

y yo, cerca del fuego, en mi retiro,

me pondré mi zamarra de piel, amortajando

en los recuerdos el hogar del alma.

 

Cual si perteneciera a la edad de la piedra,

tanto se amontonaron, con los años que pasan,

tristezas, aventuras y residuos de sueños.

Este es mi tiempo, el otoñal, el último.

El lago está más claro, pero más fría la onda.

y la hoja verde, enrojecida, gualda,

se balancea y cae como antes lo hacía.

Voluptuoso juego este de ir al descenso

en los racimos de uvas que han guardado la fuerza

y la miel de la tierra en su granos pesados.

Se canta en los lagares y cuán hermosas son

las mujeres que hacen la vendimia riendo.

Sobre el lago azulado el viento se estremece

y un inquieto temblor se extiende por las aguas

como el que al primer beso aparece en los ojos

cuando al prender la fina cintura de la amada

se siente que el gran Eras te ha vencido.

¿Todavía el otoño tiene tales encantos

cuando ves en las cumbres la nieve deslumbrante?

¡Ah!, el otoño, el otoño es aún mucho más rico,

más denso de secretos y también más profundo,

con días cual lagartos que pasean al sol,

noches de terciopelo y brillantes estrellas

que parecen aún más altas y lejanas

de este globo terrestre, cuya pequeña barca

gira rápidamente alrededor del sol,

 al tiempo que nosotros, entre tantos aromas,

somos, presos del vértigo y locos de entusiasmo,

como niños que montan caballos de madera.

Pronto de todos modos va a descender la noche

y hacia las casas vamos llorosos, pues los padres

-o el destino- nos tienen prohibido

dar vueltas en la feria también después de muertos.

Otoño, otoño, ay, mi estación bien amada,

cuánto, cuánto te quise, pero ya envejecí

y si en los caballitos de madera

no puedo montar más, es ciertamente signo

de que les llegó a otros el turno y la ocasión

de que el gran torbellino los lleve en su locura.

 

 

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