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Templada
la sangre, como una fruta húmeda,
álgida
la mirada y al mismo tiempo yerma,
partiste
incauto por la ciudad de la inocencia
tragando
entera la piedra del recuerdo.
Regresaste
con otra lengua e igual dolor
a
tus playas, a tus arrinconados juegos.
Ahora
te esperan en la otra orilla de la vida,
donde
con afán erigiste la estatua de tus días.
Y
son muchos, están todos, con el martillo listo.
De:
“Poemas para delinquir”
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