Romance
de la casa del tío José
Casa
del tío José
clavada junto al barranco;
dos puertas y una ventana
que miraban hacia el llano.
Agua
fresca y cristalina
nacida al pie de un peñasco,
que venía por la acequia
hasta desgranar al patio,
sobre transparente alberca
en donde tomaban baño
las golondrinas, de día,
y por la noche, los astros.
Era
una senda de flores
el caminito cuajado
de hortensias y enredaderas
helechos, salvias y cardos.
Por
todos los corredores
materos con lirios blancos,
yedras, dalias, maravillas
y claveles matizados
y rosas de Alejandría
y margaritas y nardos.
El
tío José, buen viejo,
trabajaba sin descanso
y quería su parcela
como deudo al camposanto.
Aquel
apacible predio
era un frondoso milagro
sembrado de platanares,
de caña dulce, naranjos,
piñas, guayabos de leche,
de tamarindos y mangos.
Con
los frutos se saciaba
la gula de muchos pájaros.
Por las tardes, a la casa
del tío José llegábamos
en caravana infantil
los chicos del vecindario.
Las
nuestras cabalgaduras
eran caballos de palo.
Volteábamos el trapiche
y nos daban de regalo,
miel fresca en totuma negra
o en coco negro tallado.
Para
tocar acordeón
el tío José era un mago,
y mí mamá que tenía
dedos menudos y sabios,
para pulsar la guitarra,
acompañaba a su hermano.
Dos
pétalos de azucena
simbolizaban sus manos.
Casa
del tío José
clavada junto al barranco,
allá me prendé una vez
cuando tuve dieciocho años,
de una provinciana dulce
como la miel de duraznos,
de piel rosada de nácar
y senos como de mármol.
(Del
fuego de aquel amor
ni cenizas han quedado).
El
tío José hace tiempos
qué se murió; lo enterraron
bajo la elástica sombra
de unos mustios pinos largos.
Y su
mujer, que era buena,
como agua tomada en cántaro,
y que lo había seguido
por la vida, paso a paso,
se fue tras su compañero
por los senderos arcanos.
La
casa del tío es hoy
imagen de desamparo:
Por las tapias agrietadas
trepan, medrosos y lánguidos,
como serpientes morenas
los bejucos estirados.
Seca
está la alberca limpia
en donde tomaban baño
las golondrinas, de día,
y por la noche, los astros.
Ni
yedras ni maravillas,
ni claveles matizados,
ni rosas de Alejandría
bajo el alero han quedado.
Casa del tía José
que un día me diste amparo;
perpetúo tu recuerdo
con este romance amargo,
que no verán las pupilas
ni recitarán los labios
de la provinciana dulce
como la miel de duraznos,
de cabellera ondulosa,
de pies finos y descalzas,
de piel rosada de nácar
y senos como de mármol.
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