Ofrenda
(Variaciones
sobre un texto de Saint-John Perse: MARES: Las Trágicas vinieron…).
Depilamos
las largas mechas de nuestras axilas de grandes leonas cautivas. El acre vello
negro, rojo o rubio, o color de bellota calcinada, que nos adorna y mancha,
depilamos!
Depilamos
los tazones gemelos en que la lengua del Amante busca las salazones del deseo.
De sus pilosas hiedras despojamos los pozos ocultos bajo nuestros largos
brazos.
Para
ofrecer intactas sus tibias, húmedas cavidades a las confesiones más secretas y
a los sollozos más inesperados del hombre-niño que nos cubre y saquea.
Depilamos
las largas guedejas encrespadas sobre la abertura mediana de nuestros cuerpos
veleros. Nuestros furiosos vellocinos depilamos. Nuestras barbas secretas
depilamos. Nuestros ocultos bucles depilamos como ofrenda la novicia sus
trenzas olorosas a soledad, marchitas de soledad, entre el plañir del coro y el
celoso mugir de los grandes órganos de enhiestas cañas de madera y oro.
Depilamos
el sello triangular que marca y divide nuestras ingles puras; el sello
triangular que encierra el ojo implacable que acosa en el desierto de los
siglos al traidor fugitivo.
Los
zarcillos de nuestra vid ofrendamos;
Las ondas de nuestro delta, ofrendamos;
Los rizos de nuestra proa, tan abundantes como los bucles en la testuz del
joven búfalo, ofrendamos;
El zarzal que defiende nuestra entrada como la verja heráldica y poblada de
abejas que custodia la casa, ofrendamos;
Las algas lucientes de cristales salinos que ocultan la escotadura de la vulva
y la pulpa purpúrea del molusco tintorero, ofrendamos;
… ‘en el escudo sagrado del vientre, la máscara pilosa del sexo’, ofrendamos.
Para
entregar, pulcra y sin mancha, nuestra tierna entraña al mudo furor del ariete,
guarnecido de oro y con terca y torpe testuz de morueco, del impaciente dios
salaz que nos cubre y saquea.
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