Elefante
Para Arturo Córdova Just
El
elefante es, entre todos los animales de la jungla,
la
criatura más digna, parsimoniosa y noble;
un
primor de orejas grandes
y un
proyecto de cola fina y circunspecta
a
medio hacer.
Cuando
el calor lo pastorea hacia la inquietud
desbocada
del arroyo
-donde
el agua construye sus jabones
efímeros
de espuma-
arrastra
toda su pesada majestad
a
refrescar la epidermis arbórea de su cuerpo
y a
satisfacer tanto la sed que le quema las entrañas
como
la -no menos grande- de limpieza
que
nunca lo abandona:
su
trompa deja por un segundo
de
medir el tiempo
y se
encarga de diseñar los duchazos indispensables
a
una piel que demanda ser lustrada
y
brillar, con su arrugada pulcritud,
en
los claros de la selva rodeados de miradas.
Mas
si de repente lo invade el deseo
y
siente que su sangre
se
incendia en la caldera de la brama,
sufre
un insólito cambio de talante,
le
pone pies alados a su olfato,
sus
ojillos, nerviosos, se sienten prisioneros
de
sus órbitas,
busca
desesperadamente a una elefanta
y se
encarama, todo urgencias, a sus ansias
soltando
el aleluya del jadeo.
Si
nos fijamos bien (y no fingimos
que
“aquí no pasa nada” al advertir
el
punto escandaloso
que
se instala, flameante, en plena jungla),
vemos
que el paquidermo desvergüenza
una
porción del cuerpo endurecida,
como
vara de tronco que, en moviéndose,
desordena
el universo.
¿Dónde
quedó su porte majestuoso?
¿Dónde
su dignidad
de
palacio sagrado en movimiento?
El
elefante se arroja sin escrúpulos
y
rasgando los velos de la estética
castidad
cotidiana,
al
mundo de lo extraño, lo asombroso,
en
las inmediaciones, sí,
de
lo ridículo.
Ay
el sexo, el sexo,
siempre
trae consigo el viejo escándalo,
los
dulces, persistentes, excitantes
desfiguros
de la naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario