Verdaderamente
I.
Verdaderamente
soy todo oídos para ti
cuando
tu pecho en blanco torna lluvia mis manos,
te
duelen los hombros hasta el grito
y
te corren gladiolas enfermizas por las piernas.
Verdaderamente.
Con
la certeza de lo que sentirán en el invierno
una
nube con festones de azúcar,
en
el otoño dos mujeres sin párpados
o
en el alba las rodillas desesperadas de una virgen.
Ennoblecida
verdad la del olvido,
purísima
verdad aquella de la ternura muerta.
Verdaderamente
muertos, encerrados en mármol,
cristalizados
en miserables corolas sin angustia
y
con asomos de fastidio,
crucificados
míos,
petrificados
en el filo de las espadas,
en
esa hora agradable de los barqueros blasfemando en los ríos
y
el duelo espejeante de los remos.
En
esta hora y en otras,
tan
bien soy todo oídos para ti,
que
tu sombra amanece en pleno día del mundo
y
mi amor impaciente se atreve sin error por tu vida.
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