III
Nunca
sabremos con total certeza
cual
fue el ojo de la mirada
que
cautivó nuestros sentidos.
Tampoco
será fácil reconocer
el
ojo que condenó a perpetuidad
estos
rutinarios actos.
Lo
que sí corroe con furia
los
bajos fondos del alma
es
esta libertad a medias
a
que nos condujo ciegamente
ese
ojo, esa mirada.
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