lunes, 31 de diciembre de 2012

JOSÉ JUAN TABLADA





La mujer tatuada



Las huellas de los pies de sus amantes
han cubierto su alcoba
con un tapiz de peregrinaciones.

La arcilla de su seno
está llena de huellas digitales,
y todo su cuerpo de jeroglíficos
de colibríes, besos
de sus amantes niños...

El vuelo de sus cejas
en su frente admirable
posa un perfil de zopilote
sobre los cráneos del zompantli,
que echa a volar cuando sus ojos
luminosos se abren...

                             Espejo de obsidiana
                             del brujo Tezcatlipoca;
                             yugo de granito;
                             ¡cóncavo
                             vaso de sacrificios!

Cuerpo macerado de inciensos
como las paredes de los templos.
Un pasajero amante
dejó escrito su nombre en un tatuaje
sobre su carne.

Su esencial orquídea,
como las de Mitla,
surge entre las piedras del templo
promulgando sangre de víctimas,
imán de mariposa ilusión
que flota en claros de luna o tiembla
en un verde rayo de sol.

La teoyamique sonríe en sus dientes
y el jaguar de su ardor abre las fauces
al través de una enagua de serpientes

y, hélice del Calendario ancestral,
su misterio sobre nuestras escamas
riza elásticas plumas de quetzal.

De su alma llena de sepulcros
suben hasta sus ojos
espectros y vislumbres de tesoros

y tanta pasión suprimida;
momias que emparedó el Santo Oficio
¡y hoy implacables resucitan...!

Mientras su carne de cera
arde con flama de pasión
como gran cirio de la Inquisición.

Se siente Emperatriz en las verbenas
y en la profunda ergástula de sus amantes, Reina,
y aspira como ídolo copales y alhucemas.

Caen los besos, de sus ojeras a la sombra,
en el ávido surco de su boca
y sus senos se hinchan
como si fueran a brotar dos rosas...

En su vientre está la equino-cáctea,
en su vientre infecundo
¡tan blanco como la Vía Láctea
llena de mundos...!

Sus pésames aúllan con los coyotes de la sierra
y su máscara estampada de flores
cubre una sonrisa de hiena.

Como submarinas medusas
en espejismos de Atlántidas
ruedan sus ojos en blanco

cuando entre blasfemias roncas
su hombre se rinde entre sus brazos
como un ahorcado en una horca.

Nada hay
tan semejante a una chinampa florida
como su carne escondida
bajo tápalos de Catay...

Y a ella toda, como la gran curva de luz
del cohete que en silencio vuela
y suspende, doblado en festón de saúz,
un jardín milagroso en la plazuela

a tiempo que a la vera de la vieja casona
esquiva la Llorona
su fluido cuerpo de lémur
y su quejido doliente y vano

como de flauta hecha en un fémur
                    humano...




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