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Cierro
los ojos para tratar de asirme a algo, porque la ausencia con sus almohadas
como sandalias viene aplastando los atajos, las brechas, las herrumbradas vías
férreas.
Cierro
los ojos, las claraboyas, las tapas de los libros.
Tiemblan
los hombros de las cejas, los codos de las axilas.
Me
pierdo en los adentros de mis afueras y desde allí agito una bandera blanca,
pidiéndole a la nausea un poco de clemencia.
Abro
los ojos, ejercito mi cuello y después me alejo con la tranquilidad de haberme
desprendido del cerebro.
De “Una isla de breves
ausencias”
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