Afrodisia
Amada,
entrando por entre tus nalgas
de
durazno,
debo
asirme a lamentos silenciados
para
no hundirme tan de prisa.
¿Alargar
un dolor es convertirlo en placer?
Reclamas
—leve queja de labios sobre la almohada—
la
tardanza del viaje. Un siglo
masticándola
para sólo saber del jugo
de
la manzana.
Entrando
poco a poco,
es
el largo viaje del cual Odiseo no desea regresar,
¿dónde
aprieta más?
Sobre
la concavidad de tu espalda
desaforado
el eco de mi corazón.
No
sigas escalando hacia adentro.
¿Lo
lamentas?...
¿Estoy
pensándolo?...
Rechazarte,
aquí atrás, es hundirte más y más
dentro
de mí.
Ignoraba
que tan constrictora puertecilla
la
custodiaba un pudoroso arcángel violado.
Continúo
mi camino tu estrecho sendero.
¿Quién
explica este éxtasis
si
sólo hay espacio y tiempo para la agonía?
Tu
espalda, caracolcillo conmigo a cuestas.
Remolino
de uvas rituales.
Llego
con mi antorcha encendida
ofrenda
que no se extingue en la honda plenitud
de
las turgencias.
A
tu surtidora fuente llego siempre
por
cualquiera de los dos caminos.
Llego
y desgrano, inmisericorde contigo y conmigo,
la
luz dentro de ti.
Blanca
luz que nos desintegra, AMADA.
Y
que nos funde hasta quedarnos
unidos
en el sueño: tú sin querer huir de mí,
yo
sin poder salir de ti.
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