sábado, 7 de septiembre de 2013

ELSA CROSS




Monzón



Trajeron las lluvias otra vida.
Abría el verano el cielo
y de su gracia abundante
                                       perecíamos.
El trueno;
                 gran proclamación
desde Mandagni a la pequeña cordillera,
de la orilla del río
                           al templo en lo alto,
oh Vajréshwari,
oh Señora del Rayo.
Y la Mandagni allá,
                              montaña silenciosa,
sus caminos ocultos presidiéndonos.

En torno la tierra cambia.
A su piel oscura
trae la lluvia sus dones:
mantos de musgo como terciopelo,
trébol muy fresco,
                                  aromas.
Y el patio de los establos
a un pequeño descuido
deja brotar vegetaciones
                                en las grietas del suelo,
en los resquicios húmedos del muro.
Hierbas diminutas asoman
sobre el tronco del baniano,
en la escalera de piedra hacia Tapovan,
entre las voces que se vuelven suaves
como los ojos de las vacas
                                        viendo llover

La tierra toda,
                          desnuda,
oscura como tu piel
se viste
                  de un manto verde.
En los campos de arroz
                                     tras el arado
los muchachos se resguardan de la lluvia
bajo costales amarillos.

Al paso de los días el valle se pierde:
el agua
                 cubre los mantos verdes.
Desde el templo en lo alto
                                      un campo de espejos.
La lluvia nos inunda.
Así captura el cielo en su reflejo.
  


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