Sonetos
de la Zubia. Nº 55
Le
abriste tu jardín y, conmovida,
se me
instalaba el alma en sus umbrales ante la gracia en flor de tus rosales
y ante tu flor recién amanecida.
Se
extasiaba en tu sed, en la encendida
promesa
de tus labios veniales, y creyó terminados ya sus males
por virtud de tu mano bienvenida.
Tendió
sus dedos a tu luz: brillaba,
se
alzaba hasta tus ojos, los besaba con la fatiga en paz de quien se entrega.
Y
alegremente mi alma repetía:
“Hoy
amanece azul. Hará buen día”, mientras tu mano la dejaba ciega.
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