A Ramón López Velarde
Solo,
con ruda soledad marina,
se fue por un sendero de la luna,
mi dorada madrina,
apagando sus luces como una
pestaña de lucero en la neblina.
se fue por un sendero de la luna,
mi dorada madrina,
apagando sus luces como una
pestaña de lucero en la neblina.
El
dolor me sangraba el pensamiento,
y en los labios tenía,
como una rosa negra, mi silencio.
y en los labios tenía,
como una rosa negra, mi silencio.
Las
azules cenéforas de la melancolía
derramaron sus frágiles cestillos,
y el sueño se dolía
con la luna de lánguidos lebreles amarillos.
derramaron sus frágiles cestillos,
y el sueño se dolía
con la luna de lánguidos lebreles amarillos.
Se
pusieron de púrpura las liras;
las mujeres, en hilos de lágrimas suspensas,
cortaron las espiras
blandamente aromadas de sus trenzas.
las mujeres, en hilos de lágrimas suspensas,
cortaron las espiras
blandamente aromadas de sus trenzas.
Y al
romper mis quietudes vesperales
lo gris de estas congojas,
las oí resbalar como a las hojas
en los rubios jardines otoñales.
lo gris de estas congojas,
las oí resbalar como a las hojas
en los rubios jardines otoñales.
Apaguemos
las lámparas, hermanos.
De los dulces laúdes
no muevan le cordaje nuestras manos.
Se nos murieron las siete virtudes,
al asomar
los finos labios del amanecer.
¡Ponga dios una lenta lágrima de mujer
en los ojos del mar!
De los dulces laúdes
no muevan le cordaje nuestras manos.
Se nos murieron las siete virtudes,
al asomar
los finos labios del amanecer.
¡Ponga dios una lenta lágrima de mujer
en los ojos del mar!
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