miércoles, 8 de julio de 2015

CLAUDIO GUERRERO




La muralla enterrada

 

Sobre la muralla enterrada
alzó sus cimientos la ciudad imaginaria.

Los hijos de obreros, matarifes y ferroviarios
cruzaban el río para olvidar el desamparo
de las calles polvorientas
y la fétida acequia del conventillo.

En la vuelta nocturna al barrio de pasajes y adobe
la iniciación del derrotero hacía revolotear
las míseras chauchas que darían de comer.

Los pobladores mataban el ahogo cada quince días
en los prostíbulos
mientras al otro lado de la ciudad
cada día un edificio nuevo enterraba
la muralla de cal, huevo y sangre de vacuno.

La lejana fragancia de la muralla enterrada
al fin se evaporaba
en las raíces muertas
de la desmemoria.

 

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