Marabunta
Cuando
te miro
me
crece
un
ejército de hormigas.
Avanza
rumoroso por mis manos.
Me
estira la piel.
Se
anuncia, no me deja.
Desde
mis piernas respiran
un
aire diminuto, entrecortado.
Desde
el fondo
de mi
vientre
presienten
la obscuridad
más
húmeda
del
tuyo.
Como
un sol negro
las
hipnotizas.
Te huelo y
mis
hormigas
se
trastornan,
se
tambalean.
Te
toco
¿o
sueño que te toco?
y
corren enloquecidas.
Desde
el fondo
de mi
sangre
apresuradas,
sueñan
que
hunden sus dientes
en tu
carne,
y en
la mordida sienten
tu
parpadeo.
Crece en el aire
la
anchura palpitante
de
labios largos
entre
tus piernas,
enrojecidos.
Tu
más bella flor
carnívora
saborea
sin cesar
el
paso tenaz
demorado
y repetido
de
todas mis hormigas.
Adentro
te
descubro
hecha
de hormigas negras
desquiciadas,
tan
necias como las mías.
En el
espejo doble
de
hambre y sed
y sed
y hambre
que
ilusamente llamamos
nuestros
cuerpos,
tus
hormigas y las mías,
se
topan boca a boca.
Se
reconocen o se imitan,
se
devoran o se extravían
confundidas
entre
tantas hormigas
tan
mordidas.
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